El panorama a 17 años de los Acuerdos de Paz es hoy más sombrío, caótico y pésimo.
SAN SALVADOR - Produce escalofrío el cinismo con el que el gobierno mediático de Saca aún pretende hacernos creer que en El Salvador la construcción de la Paz es una página cerrada y que los artífices de esta hazaña son ellos, los mismos usurpadores del poder que sostienen un orden de facto y autoritario, el cual ha reducido a la sociedad salvadoreña a una empresa económica que convierte a las personas en una masa explotada al servicio de los dueños del capital.
Esta sociedad que lejos de representar una evolución hacia formas superiores de vida, es en realidad “un salto de tigre hacia la anti-civilización” del que surgen grupos sociales inventados y violentos, fundamentalismos políticos y religiosos opresivos y corporaciones que secuestran al ser humano para hacerlo parte de una supuesta comunidad, que a fin de cuentas sólo corresponde a estrategias de consumo, concentración de riquezas y producción de ignorancia.
Al revisar la historia de la política salvadoreña usurpada por los grupos de poder capitalistas, podemos ver claramente que las mismas políticas de los últimos cincuenta años que provocaron la guerra civil, son las mismas que continúan promoviendo la exclusión y la violencia, dando como resultado un alto grado de conflictividad social e inseguridad. A esta suerte de caos, sin el más mínimo asomo de vergüenza, insisten en llamarla Democracia. Sin duda, la mediocridad es abusiva.
En El Salvador 17 años después de firmados los Acuerdos de Paz, las múltiples investigaciones de la violencia nos dicen que tenemos un índice de homicidios de 61.7 por 100 mil habitantes, que sobrepasa en más de seis veces los índices epidémicos establecidos por la Organización Mundial de la Salud (OMS); los homicidios en lo que va del presente año ascienden ya la inédita cantidad de 15 al día en algunos lugares, de este total más del 65% de las víctimas son jóvenes y para sellar con broche de oro, más del 80% de los homicidios se cometen con arma de fuego. En un país dónde los funcionarios del gobierno avalan la armamentización y el libre mercado y se establecen más derechos para los mercaderes de armas que para los seres humanos, no extrañan estas cifras.
La embriaguez de sangre y del poder del dinero fueron los vicios del siglo pasado y tienden a seguirlo siendo en el presente. La violencia procede del abuso del poder, del modelo de sociedad sin escrúpulos que nos han impuesto y del propio individuo, siguiendo así una tendencia de destrucción del tejido social. La propagación y la epidemia incontrolable de violencia que vivimos puede interpretarse como respuesta a la pérdida de la solidaridad y la civilización de la sociedad, supeditada a los valores y la ética de la selva-mercado, cuyo objetivo es mantener el llamado statu quo (el orden imperante e impuesto por el poder) El adjudicar la violencia sólo a un problema de “pérdida de valores” y ahora afirmar que en El Salvador se ha consolidado la Paz, como justifica el discurso de la burguesía neoliberal, el gobierno y algunas religiones reaccionarias, es en realidad un planteamiento de impotencia y también de distracción para no poner en riesgo la hegemonía del principio de acumulación de la riqueza, que determina todos los manejos económicos. Ganancia y más ganancia o sea, tomar lo que se pueda así sea con violencia, es el pensamiento conductor del orden actual. En El Salvador cualquier intento de construir la paz, la democracia y la justicia que no pueden ser separadas, pasa inevitablemente por el cambio de un modelo excluyente por uno incluyente y participativo.
Cuando los defensores del capitalismo voraz ven en la lucha por la sobrevivencia una misma fuerza impulsora de desarrollo, tanto en la naturaleza como en la sociedad, a la que se debe dejar libertad absoluta, están ignorando la necesidad de vinculación entre los seres humanos y todas las tendencias de solidaridad y civilizadoras, que precisamente nos diferencias de los animales.
Sin embargo y haciendo oídos sordos al clamor popular, la burguesía y su partido político ARENA, han mantenido un modelo cuyo principio de funcionamiento libera al comercio, a la banca y a la industria de cualquier control, mientras ellos se convierten en dueños del Estado. Una fe inquebrantable en el poder del dinero triunfa sobre cualquier razonamiento. Así, en la medida en que los seres humanos, sus derechos inherentes y el diseño social desaparecen de los conceptos económicos, y cuando la teoría y la praxis económica ya no surgen de las necesidades reales de las personas, perdiendo el pueblo su primacía sobre la economía, desaparece también toda reflexión acerca de la sociedad (Hortz Kurnitzky. Civilización incivilizada)
Se continúan omitiendo conceptos que definen la economía y la sociedad como una unidad y la construcción de una sociedad como resultado de una voluntad general. El estado salvadoreño –por definición soberano-, las aspiraciones de construir una verdadera sociedad democrática y la libertad de los individuos, han sido secuestrados por los intereses del poder económico. La violencia y no la paz, surge entonces como la respuesta obvia.
Frente al fracaso de este modelo totalitario y violento que impone una doctrina darvinista social, la paz es un mito inventado por la opulencia del poder que deja un vacío el cual se llena con la violencia de la exclusión, de la pobreza, de la corrupción, de las mafias y los carteles de droga, y la más dramática, la lucha por un mendrugo de pan. La violencia con que los poderosos imponen sus reglas, que han sido capaces de destruir la economía del país entero. El proyecto de ARENA y de los grandes señores del capital chocó contra su propia contradicción, pretendieron instaurar un modelo sin correspondencia en la realidad y hablaron de establecer derechos humanos, crear democracia y paz sin seguridad económica. La primacía de la superstición, de las ideologías alienantes y de la violencia son síntomas de una estructura social y de un poder en crisis.
Esta forma económica imperante, exige de antemano desigualdad pues toda ganancia para ellos significa que otros perdieron, esto es algo incluso que viene de la lógica del sacrificio. Bajo este esquema y orden de cosas la paz y la democracia siguen siendo conceptos vacíos del discurso de la derecha y no realidades prácticas. De modo que el panorama a 17 años de los Acuerdos de Paz es hoy más sombrío, caótico y pésimo para los salvadoreños, quienes ya exigen un cambio de verdad, dónde juntos logremos que la paz, la democracia y la justicia dejen de ser la deuda histórica. En esta materia, sin duda, el nuevo gobierno tiene un reto integral que demanda una resolútica desde múltiples ángulos complementarios.
Oscar A. Fernández O. Publicado en ContraPunto
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