Lunes, 27 abril 2009. Editorial publicado por La Prensa Grafica.
Uno de los errores más resaltantes de las formas tradicionales de hacer política en el país consiste en la tendencia al atrincheramiento, como si la gestión pública fuera una especie de permanente escaramuza bélica, en la que lo que más vale es desacreditar y entrampar al “enemigo”. En la dinámica democrática, como se dice con frecuencia pero como muy rara vez se practica, no hay enemigos sino adversarios, que al final de cuentas están en el deber de colaborar desde las posiciones que periódicamente les adjudica la voluntad popular. Y es que, en un ejercicio democrático real y saludable, nadie lo gana todo ni nadie lo pierde todo en una sola jugada.
Los partidos políticos tienen desde luego sus idearios básicos, más o menos desarrollados, así como sus visiones y sus programas propios; por eso cuando hablamos de desideologizar estamos refiriéndonos a evitar toda esquematización excluyente, que siempre acaba en alguna forma de fundamentalismo avasallador. Entre nosotros, por ejemplo, en los primeros años de esta década, se trató de imponer un esquema neoliberal fundamentalista, que generó tensiones muy peligrosas para el sistema.
Lo que los tiempos y las circunstancias demandan es una apuesta básicamente pragmática que sin implicar renuncia a principios o mecanismos de acción propios de cada línea política ponga la realidad de cada momento sucesivo como el referente fundamental de la gestión. La experiencia enseña que los gobiernos de veras exitosos son los que funcionan más allá de camisas de fuerza o de esquemas rígidos de cualquier índole. La realidad es por naturaleza fluida y adaptable, y es lo primero que hay que aprender de ella.
Se requiere más madurez
En el pasado, durante la larga época en la que la plantilla básica del ejercicio del poder en el país era el autoritarismo, prevalecía una especie de estrategia permanente de supervivencia del poder como patrimonio de un grupo, lo cual produjo las principales distorsiones que llevaron a la caducidad de aquel modelo de gestión política. Cuando se asumió el compromiso histórico de construir la democracia, allá a comienzos de los años ochenta del pasado siglo, si bien aquella plantilla quedó formalmente desechada, muchos de sus resabios siguieron pulsando en el ambiente; y a lo largo de estos años lo que hemos visto es una paulatina y no siempre clara desactivación de tales resabios.
Ahora, estamos en un momento de prueba vital para el proceso, al darse la alternancia al más alto nivel, por primera vez en la posguerra. Y una de las tareas de cuyo resultado podrá colegirse cuán maduro es nuestro proceso es justamente el ejercicio de desideologización al que nos hemos referido antes.
Ejemplos exitosos son los de aquellos países en los que dicha desideologización ha operado bien, como fue el caso de la transición española luego del franquismo. En 1982, cuando llegó al poder el Partido Socialista Obrero Español, éste, en vez de intentar un gobierno de izquierda a la tradicional, se orientó por la línea pragmática, y eso le proveyó gran consistencia a la democracia en vías de crecimiento. Nadie puede repetir la experiencia de nadie, pero es importante asimilar lo bueno de otros
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