Dice el refrán que el camino al infierno está hecho de buenas intenciones. En asuntos de gobierno, ese refrán encierra una gran verdad. No hay gobernante que quiera hacer mal las cosas. Por idealismo o por egolatría, los gobernantes de todas las corrientes de pensamiento intentan resolver los problemas, satisfacer las necesidades y merecer el aprecio de la gente. Sin embargo, muy pocos lo logran. Para hacer bien las cosas no bastan las buenas intenciones.
En el transcurso de la última década, varios países latinoamericanos han elegido gobiernos de izquierda. Muchos ciudadanos de esos países piensan que los gobiernos de derecha fracasan porque se ponen al servicio de pequeñas élites de poder económico en detrimento de los intereses de toda la población. De semejante diagnóstico se desprende la inobjetable conclusión de que los gobiernos de izquierda, que se autoproclaman defensores de los intereses de la mayoría, harán bien todo lo que los gobiernos de derecha han hecho mal. Lamentablemente, la cosa no es tan simple.
No cabe duda de que una parte importante de la persistencia de los males estructurales en una sociedad se debe a la débil voluntad de sus gobiernos para erradicar las causas de esos males. En ese sentido, hay que reconocer la existencia de obstáculos de naturaleza ideológica para alcanzar un desarrollo con justicia y equidad. El péndulo se mueve entre modelos que generan riqueza para unos pocos a costa de la pobreza de muchos, y otros que, pretendiendo alcanzar una mayor equidad, inhabilitan o destruyen los motores del crecimiento económico, anulan las libertades y terminan generando pobreza e insatisfacción en todos los sectores sociales.
Pero hasta ahí llega la explicación ideológica de los fracasos, tanto de regímenes de derecha como de izquierda. Más allá de los modelos políticos o económicos, la ideología juega un papel del que no se habla mucho. Con frecuencia, el argumento ideológico no es más que un disfraz que encubre no solo la complejidad de los problemas, sino también la ignorancia, la deshonestidad y la incapacidad de los actores políticos.
Entre las consecuencias positivas de la alternancia política debe contarse la de aplicarle la prueba de realidad al pensamiento mágico y a las actitudes voluntaristas que suelen sustentar muchas de las críticas y posiciones de los partidos y movimientos de oposición, cualquiera sea su signo ideológico. El FMLN, el presidente Funes y todos los que han puesto su fe en ellos muy pronto se darán cuenta de que no siempre hay respuestas fáciles, efectivas o libres de controversia para problemas como el de las pandillas, el transporte público, el desempleo y la pobreza. También se darán cuenta de que la corrupción puede echar raíces en todo tipo de suelos y no solo en los arenosos.
En las semanas posteriores a la elección presidencial se ha hablado mucho de la necesidad de pactos, acuerdos, entendimientos y consensos entre las principales fuerzas políticas. Quienes abogan por esas manifestaciones de pragmatismo y madurez política parecieran insinuar que la falta de voluntad es la única o principal razón por la que hasta ahora ha prevalecido la confrontación sobre la cooperación. Sin embargo, hay que decir una vez más que la cosa no es tan simple. Los conflictos de intereses son reales y profundos, y en las áreas en las que puede ser más fácil identificar propósitos comunes hay diferentes visiones sobre las mejores formas de alcanzarlos.
La voluntad es un factor necesario para buscar acuerdos, pero no es suficiente. Las interacciones políticas son, en última instancia, relaciones humanas. Para conducirlas de manera armónica y constructiva hace falta que los dirigentes y funcionarios políticos tengan conocimiento, sensibilidad, buen juicio y otras muchas aptitudes mentales, morales y emocionales. No es solo asunto de ideología o de voluntad. Yo estoy convencido de que las negociaciones que condujeron a los acuerdos de paz fueron exitosas, en buena medida, gracias a la calidad intelectual y humana de los negociadores, los mediadores y los dirigentes que en esos días tenían poder de decisión.
Desde esa perspectiva, las seis semanas que restan antes de la instalación del nuevo gobierno son cruciales. Es el tiempo del que dispone Mauricio Funes para integrar su equipo de gobierno. Es el tiempo del que dispone ARENA para terminar de digerir su derrota y renovar su dirigencia. La clave no está en que Mauricio meta gente de derecha en su gabinete o ARENA meta gente joven en sus instancias de dirección. El criterio debe ser otro: altura intelectual y calidad humana.
Escrito por Joaquín Samayoa. Publicado en LA PRENSA GRÁFICA.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comentarios que incluyan ofensas o amenazas no se publicaran.