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2009/10/15

La cuestión fiscal es un desafío de alta intensidad

Aumentar impuestos en tiempos de crisis, cualquiera que sea la justificación para ello, implica una lógica contraria a la realidad.

Escrito por Editorial. Jueves 15 de Octubre. Tomado de La Prensa Grafica.

En nuestro país, nunca ha habido una verdadera política fiscal, y eso ha hecho que la única regla persistentemente aplicada haya sido la más riesgosa de todas: la improvisación. Eso, en épocas más o menos estables, puede parecer manejable y hasta conveniente, por los presuntos réditos políticos que pueden irse modulando; pero cuando llegan los tiempos de crisis, el no tener una política fiscal, unida a que no se puede tener una política monetaria, aparte de que no se cuenta con un sólido marco de inversión ni una estrategia de desarrollo debidamente fundamentada, hace que las cosas vayan adquiriendo un creciente color de hormiga.

En las actuales circunstancias, las cuentas evidentemente no cuadran con los requerimientos de gasto que la realidad va demandando. Y como tampoco hemos podido construir ningún consenso sobre una tabla de prioridades nacionales que orienten el gasto, todo indica que se anda buscando fondeo a como dé lugar. El recurso crediticio todavía puede dar de sí, pero siempre tiene un límite, y parece que ese límite empezará a hacerse verdaderamente crítico a partir de 2011. Las señales de que se piensa apretar tuercas impositivas comienzan a aparecer, y hay que tener cuidado. Que desde las altas esferas gubernamentales se diga, en cualquier forma que sea, que allá por 2012 podría tener que subirse el IVA en tres puntos es un anuncio preocupante, sobre todo porque ese tipo de impuesto golpea a la población entera.

Tenemos que ponernos de acuerdo en qué necesitamos y queremos invertir como país, para, a partir de ahí, acordar las formas del fondeo y la gradualidad del mismo. No al revés.

Crecimiento como base

Cuando escasean los recursos, el impulso primario consiste en exprimir más lo que ya existe, no sólo porque es lo que parece más inmediato, sino porque puede envolverse con argumentos más fáciles. Pero al tomar esa ruta los riesgos de que los resultados sean contraproducentes son mayores. Aumentar impuestos en tiempos de crisis, cualquiera que sea la justificación para ello, implica una lógica contraria a la realidad. Se entiende que una Administración que arranca, sobre todo con tantas expectativas como las que rodean a la actual, tenga prisa por hacer valer sus proyectos, para lo cual se necesitan fondos suficientes; pero eso, por sí, no puede cambiar el fenómeno real, que tiene sus límites, sobre todo en situaciones como la presente.

En todo caso, paralelamente a cualquier esfuerzo para mejorar la recaudación tendría que haber un programa intensivo y agresivo de generación de estímulos para la reactivación económica en el menor tiempo posible. Es decir, un proyecto de incentivos a la producción en todos los niveles, que responda a las necesidades del momento crítico y a las perspectivas de futuro ya en una nueva normalidad.

Sin crecimiento no hay sostenibilidad posible, y esa es una regla de la que no hay escapatoria. La crisis tiene su lógica, aunque sea un trago amargo reconocerla y aceptarla; y la recuperación también tiene la suya, a la cual hay que acogerse de antemano, para salir adelante. La integración inteligente de ambas lógicas es por eso indispensable.

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