Hace casi seis años, en una columna de opinión, sosteníamos que los espacios de concertación se vuelven esenciales para enfrentar los retos del desarrollo, y que “existe una correlación positiva entre la necesidad de la concertación y las problemáticas del desarrollo: a mayor gravedad y profundidad de los problemas socioeconómicos, mayor necesidad de los esfuerzos concertadores. Las hiedras de problemas socioeconómicos que han crecido sobre nuestra tierra tienen raíces gruesas y profundas, y no pueden ser removidas por una sola fuerza”. (LPG, 1/2003).
Durante los dos períodos presidenciales anteriores, existieron muchos planteamientos semejantes, provenientes de diversos sectores y personas, los cuales no tuvieron eco. Las dinámicas de confrontación y polarización que marcaron tales períodos ahogaron las iniciativas de diálogo y entendimiento. Lejos de acercarnos, las problemáticas del desarrollo y las crisis, como los terremotos, nos alejaron aún más. Buena parte de las resoluciones de la Asamblea Legislativa se toparon con el constante veto presidencial (Flores), o se impusieron por medio de la aritmética legislativa (Saca). Poco espacio hubo para el entendimiento y la negociación política.
Ahora hay mejores condiciones. Afrontamos una crisis generalizada, que si no la enfrentamos unidos, nos afectará con fuerza a todos; contrario a lo que sucedió antes con las crisis provocadas por desastres naturales, ahora la crisis puede ser factor de cohesión y accionar común. Por otro lado, existe un nuevo gobierno, que ha expresado su voluntad de generar espacios de entendimiento y consulta; y las voluntades frescas y buenas intenciones hay que aprovecharlas antes que el tiempo las marchite. Asimismo, contamos con una Asamblea y una dinámica política partidaria, que a pesar de sus tradicionales y nocivas prácticas, con madurez, inteligencia y dosis de concertación, pueden producir cosas buenas, como podría ser el caso, esta semana, respecto a la composición de la Corte Suprema de Justicia.
Finalmente, hay muchos esfuerzos ciudadanos tendientes a impulsar el diálogo y el entendimiento, que pueden ser complementarios a los esfuerzos oficiales: el proceso de Diálogo Económico impulsado por FUNDE y USAID concerniente a las temáticas fiscal, empleo y productividad y manejo de recursos hídricos; las reformas institucionales promovidas por FUSADES; las reformas políticas promovidas por el MIRE y otras organizaciones ciudadanas; la herencia dejada por la CND, etc.
En fin, sea que los procesos de diálogo/entendimiento vengan desde arriba, desde las esferas oficiales, o desde abajo, desde instancias ciudadanas, lo importante es que las cosas se hagan bien. Para ello será importante no solo definir el porqué y sobre qué dialogar sino ante todo el cómo y con qué metodología hacerlo. Hay demasiados intentos fallidos y demasiada frustración acumulada. No podemos darnos el lujo de hacer esta vez mal las cosas. En todo caso, no olvidemos que sin diálogo no habrá desarrollo.
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