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2009/04/10

La solidaridad debe tomar la debida preeminencia

La solidaridad no sólo asegura la sana convivencia sino que educa a los seres humanos en el mutuo respeto y en el servicio mutuo. Y esas son las bases firmes de la paz.

Es evidente que la ciudadanía salvadoreña, más allá de las opciones ideológicas o políticas, lo que quiere es una vida mejor; y, en el marco de la dinámica democrática, entendemos que ha usado esta vez el recurso de la alternancia para seguir en la búsqueda de ese legítimo anhelo. Como lo prueba la experiencia en todas partes, la alternancia, vista como simple función mecánica, no garantiza nada; pero evidentemente, el probar distintos modos de hacer las cosas no sólo abre posibilidades sino que también controla ejercicios, lo cual es vital para mantener saludable el ejercicio más delicado que es el del poder.

Ahora viene la prueba de veras, que es la de actuar. Veremos cómo actúa el nuevo Gobierno y cómo se desempeña la nueva oposición. Y veremos también si la práctica de los valores funciona dentro de las expectativas normales que traen las nuevas correlaciones de fuerzas. Entre los valores que necesitan potenciarse y desplegarse en el ambiente, la solidaridad está en primera línea. Y aquí hay un punto que habrá que clarificar de inmediato: solidaridad, vista en esta dimensión, no es sinónimo de populismo. Por el contrario, el populismo lo que hace es usar la bandera de la solidaridad para hacerle servicios oscuros al poder imperante.

En el país, necesitamos fortalecer los esquemas solidarios, pero en función de educarnos todos en el servicio a nuestros semejantes. Y ya que estamos en estos días, hay que decir que la solidaridad es, por así decirlo, la expresión técnica del amor al prójimo. En el fondo, lo que vendría a fertilizar definitivamente los terrenos del proceso nacional es una sustantiva aportación de amor, de todos para todos y de todos entre todos.

Hacia una cultura solidaria

Por larguísimo tiempo, la sociedad salvadoreña fue una sociedad dividida; y, lo peor de todo, intencionalmente dividida. Es como si la perversión hubiera llegado al extremo de considerar que sólo la eliminación de una parte de la sociedad haría posible la supervivencia de la otra parte. Esa era la lógica de la guerra, que es la más diabólica de todas las lógicas. El proceso de paz, que culminó en el Acuerdo, vino a cancelar históricamente aquella lógica, para abrir el escenario nacional a la lógica del entendimiento y de la integración. Pero pasar definitivamente de una lógica a otra requiere bastante más que un Acuerdo: requiere la reeducación de las voluntades, que es lo que la misma realidad viene haciendo desde entonces.

En esa línea, ya están dadas las condiciones para edificar conscientemente en el país una verdadera cultura solidaria, en la cual, sin desconocer los distintos intereses diferenciadores de sectores y grupos, se reconozca, se preserve y se alimente siempre la base común, que es lo humano. Y, además, estos tiempos nos ponen ejemplos lacerantes de lo que es dejar de lado lo humano en razón de la absolutización de los intereses, como se ve en la crisis global que enfrentamos, cuyas raíces, como reconocen los estudiosos, está en el egoísmo sin límites, que es la fuente de casi todos los males.

La solidaridad no sólo asegura la sana convivencia sino que educa a los seres humanos en el mutuo respeto y en el servicio mutuo. Y esas son las bases firmes de la paz.

Editorial publicado en La Prensa Grafica.

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