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2010/07/09

Contra Punto-La violencia que mata el sueño salvadoreño

 Jaime Rivas Castillo.09 de Julio. Tomado de Contra Punto.

CHIAPAS, MX

- Aquella tarde de octubre, Rolando tomó a su mujer y a sus cinco hijos y se marchó. No hubo oportunidad de juntar las pertenencias que habían conseguido, tras meses de arduo trabajo. Únicamente lo esencial: la ropa que cubría sus cuerpos y los ahorros que se habían guardado celosamente en el lugar más escondido de su casa nueva. Los siete se subieron al vehículo recientemente adquirido y partieron hacia la frontera con Guatemala. Tampoco hubo tiempo para cumplir los protocolos migratorios. Nunca habían pensado en siquiera tramitar un pasaporte. Cuando de resguardar la vida se trata, los protocoles salen sobrando. Ahora había que salir lo más pronto posible de su colonia, de su municipio, de su país.

Corría el año 2006. Rolando y su mujer, Carmen, habían progresado al sacar adelante, con esfuerzo, su negocio. Se habían hecho de una casa totalmente amueblada, otra propiedad y un vehículo del año. Demasiado para los ojos de aquellos que escrutan el progreso de la gente. Demasiado para los pandilleros que irrumpieron a las puertas de su negocio, exigiendo la maldita renta. Esta fue creciendo, al punto de volverse insostenible. Ante la negativa de seguir pagando, vino la amenaza, aquello que ya temía la familia.

Las noticias abundaban en episodios de asesinatos –masacres incluidas—, cuyo móvil apuntaba a la negativa a pagar la renta. Esta ya era para esas fechas una práctica institucionalizada, parte de la cotidianidad en el operar de las pandillas y de quienes viven entre ellas. No había muchas opciones. Quizás sólo dos: abandonar la tierra de siempre, la tierra de uno –con la sensación de arraigo que esto da—, o quedarse y atenerse a las consecuencias. La familia había tomado la primera opción. Su error había sido salir adelante en una de las localidades más violentas del país: el cantón Lourdes, en el departamento de La Libertad.

La gente emigra de El Salvador por muy diversos motivos y en diferentes circunstancias. La explicación no puede ser unívoca, a la hora de explorar las causas. No obstante, es posible separar dos de ellas, sólo para efectos analíticos: la violencia y la inseguridad. Ambas pasan por ser de las razones más poderosas por las que emigran los salvadoreños y centroamericanos de otras nacionalidades. No sólo huyen de la violencia generada por las pandillas, sino por otras manifestaciones de la misma.

Con todo, parece que la presencia y accionar de las pandillas son factores determinantes. La extorsión y el homicidio, por ejemplo, están estrechamente relacionados con el desplazamiento de la gente desde las zonas controladas por las maras. Muchos centroamericanos huyen de las colonias, barrios o poblados debido a los altos índices de homicidios y a la renta impuesta por los pandilleros.

Muchos de los migrantes que atraviesan el territorio mexicano han sido víctimas de esta práctica y alimentan, entre otros, al grupo de solicitantes de refugio en México, debido a que sus vidas peligran en el país de origen. La gente emigra hasta donde sus posibilidades, recursos y redes sociales se lo permiten. A veces basta emigrar a un municipio o departamento vecino, si los motivos no son tan poderosos. Pero cuando se trata de salvaguardar la vida, se hace hasta lo imposible por salir de las fronteras nacionales. La opción más socorrida es “irse al norte”, haciendo paradas obligatorias en Guatemala y México, dependiendo, una vez más, de los recursos y de los contactos.

En El Salvador, el conflicto armado y la violencia posterior a este ha traído consigo dos consecuencias con graves repercusiones sociales y culturales: la trivialización de la vida y la naturalización de la violencia. Esto es grave particularmente para las nuevas generaciones, quienes socializan la llamada cultura de la violencia, aprendiendo que esta es la principal vía de resolución de conflictos. Esta e otra consecuencia grave: los jóvenes van incorporando en su imaginario que el país no es una garantía para la seguridad y los demás componentes necesarios para desarrollar una vida digna. En otras palabras, se crece formándose la idea de buscar opciones en otros lugares.

Esta es una aproximación a sólo una arista de la realidad en la que vive la mayor parte de los migrantes que atraviesan el territorio mexicano con la intención de llegar a los Estados Unidos. Se trata de sociedades creadas y recreadas en la normalidad de la violencia y la trivialidad de la vida, cuya gente encuentra cerrados los espacios de convivencia y subsistencia en sus lugares de origen. La migración, en ese sentido, se convierte en una válvula de escape, una estrategia de supervivencia.

La capital guatemalteca no brindaba las suficientes garantías. Sólo cinco horas los separaban de sus perseguidores. Había que seguir adelante, aventurarse más allá del Suchiate, que divide y une a Centroamérica con México. Rolando y los suyos –se entenderá que los nombres han sido modificados y muchos detalles omitidos— cruzaron con muchas dificultades otra frontera y se internaron a este territorio, buscando la seguridad que echaron de menos en su país. Meses después de su huida pasaron por esta región que los mexicanos llaman frontera sur, lugar donde la violencia también campea, pero toma otras formas. Rolando y Carmen sólo querían progresar y ver crecer sanos a sus hijos. Sólo querían vivir su sueño salvadoreño. Una sociedad violenta se los arrebató.

La violencia que mata el sueño salvadoreño

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