Escrito por Óscar Alfredo Pineda Rivas.15 de Mayo.Tomado de La Prensa Gráfica.
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En El Salvador, gran parte de la producción de granos básicos corresponde a la agricultura de subsistencia, es decir, a la cosecha de los trabajadores artesanales que siembran pequeñas parcelas en terrenos difícilmente cultivables y con técnicas desfasadas, lo que es igual a decir, que sufren altos costos de producción.
Esas personas por lo general no tienen forma de expresar su situación de modo que generen iniciativas para crear soluciones. Concretizando la idea, cuando los granos básicos suben de precio hay una gran preocupación, que por supuesto es razonable; pero muy poco se dice cuando los precios se desploman, a pesar de que en ambos casos existe un serio problema económico, aunque para diferentes sectores de la población.
Cuando los agricultores cosechan sus granos, lo primero que hacen es separar la parte que destinarán para consumo propio durante el siguiente año. El resto, o bien lo venden inmediatamente o lo guardan esperando un aumento de valor.
En un año como este, en el que ha habido aumentos de precios significativos, los agricultores que han conservado parte de la cosecha han obtenido alguna utilidad, en comparación con años anteriores en los que los precios se mantenían más bajos. (Seguramente también ha aumentado el beneficio de los acaparadores, esos comerciantes a los que se culpa de la escasez y por tanto de los precios altos, razonamiento con el que discrepo porque el mercado toma en cuenta los inventarios y las expectativas para determinar el precio de un bien.)
De esta manera, buena parte de los agricultores tendrán cierta ventaja al intercambiar sus granos en términos de otros productos, pues vendiendo la misma cantidad de su cosecha que en años anteriores podrán comprar más de aquellos bienes cuyo precio no ha aumentado al mismo nivel que el de los granos que producen. Esta situación si bien favorece a este sector vulnerable de la población, afecta a otro grupo: el de los consumidores de los productos agrícolas, quienes con la misma proporción de sus ingresos obtendrán menos de esos bienes.
Ante esta disyuntiva, pareciera que no es posible armonizar los precios moderados que garanticen la seguridad alimentaria urbana y semiurbana, con la existencia de beneficios que suavicen la pobreza rural. Sin embargo, la respuesta está en la reducción de costos de producción y en el aumento de la productividad mediante la profesionalización de la agricultura de subsistencia, que tiene todavía mucho margen para incrementar la eficiencia. Aquí es en donde la colaboración entre las instituciones públicas y los pequeños agricultores se vuelve trascendental.
Si bien la entrega de paquetes agrícolas que actualmente está llevando a cabo el gobierno es un subsidio que incentivará la producción, lo hará no por el aumento de la eficiencia sino por el incremento de la inversión, cuyo costo tendrá que cargar el Estado. Para tener verdaderos avances en el tema de la producción agrícola y especialmente en lo que a pequeños agricultores se refiere, es necesario que junto a la entrega de los paquetes haya un amplio plan de asistencia técnica, con agrónomos distribuidos por zonas geográficas que asesoren a los productores en modernas técnicas de cultivo. Esto contribuiría, sin duda, a que se pase de la agricultura de subsistencia al negocio de la agricultura.
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