José María Sifontes.14 de Mayo. Tomado de El Diario de Hoy.
La criminalidad en El Salvador ha llegado a extremos tan inconcebibles que sobrepasa toda capacidad de adaptación y supera cualquier nivel de tolerancia. Los salvadoreños desayunamos, almorzamos y cenamos con noticias de asesinatos, robos, extorsiones, secuestros, violaciones y tráfico de drogas.
Como sociedad nos vamos colmando con la ansiedad cotidiana y crece día a día la sensación de impotencia. Nos sentimos frustrados, y la frustración es peligrosa porque genera actitudes y conductas negativas. Se vive inseguro, se cierran negocios, la inversión interna y externa se va a pique, aumenta la pobreza y aparece el fantasma de la desesperanza.
Todas estas, y otras, son las consecuencias de auge de la criminalidad. Es la realidad que nos toca vivir. No es una percepción subjetiva o el resultado de campañas mediáticas. Es un hecho palpable. Lo que está a la vista, se dice, no necesita anteojos.
Algo de lamentar es que hay formas de combatir más eficazmente la delincuencia y disminuirla de manera significativa. El problema no es sólo de medios porque los hay o los puede haber; existe también un factor de actitud.
Con frecuencia se comenta que en la lucha contra la criminalidad se está haciendo todo lo posible pero que ésta desborda las capacidades de las instituciones. Es cierto que la sobrecarga de trabajo obstaculiza una mayor diligencia pero sí es posible hacer más, y una de las cosas que se puede hacer es buscar y aceptar la ayuda de personas que han tenido experiencia en la materia.
Toda persona en un cargo pasa por una "curva de aprendizaje", que es el proceso por el cual se va adquiriendo destreza y mayor eficacia en lo que se hace. Esto toma tiempo, pues requiere de la asimilación de información, adaptación a nuevas tecnologías y práctica en el terreno. El proceso se acelera y optimiza si se recibe la guía de alguien que ya pasó por él, que ya tiene experiencia acumulada.
En muchas áreas así funciona. ¿Por qué debe ser diferente en este caso? La curva de aprendizaje se produce en todos los campos. Sin duda, los que hoy tienen en sus manos la seguridad acabarán teniendo mucha experiencia y pericia en su trabajo. Es más, esto ya se está notando y su labor se está volviendo más eficaz. Pero ¿por qué no tomar en cuenta la experiencia acumulada de los que han estado antes en los cargos? Ahí es donde a veces se nota un problema de actitud.
Da la impresión de que a algunos les resulta humillante recibir asesoría o consejos de quienes manejaron antes estas cuestiones. Sin embargo, tienen una experiencia que resultaría muy útil y ayudaría a acelerar el aprendizaje. Ellos tuvieron mucho tiempo para aprender y conocen de formas de operación, de técnicas y tecnología.
Pero hay prejuicios, ideología y razones puramente políticas que se oponen a que se dé este paso. No vienen de los de antes, en quienes se ha visto buena disposición a ayudar y que han hecho recomendaciones públicas que parecen muy acertadas.
En los países desarrollados, cuando se trata de enfrentar un problema de seguridad nacional, las diferencias ideológicas desaparecen y todos se suman al esfuerzo. A fin de cuentas a la gente que a diario sufre con la delincuencia no le interesa quién le dará mejores soluciones o de qué partido es. Debemos reconocer que el problema es de todos y a todos compete ser parte de la solución.
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