Escrito por Rolando Balmore Pacheco.17 de Febrero. Tomado de La Prensa Gráfica.
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La nuclearización educativa no es un concepto nuevo en el sistema educativo salvadoreño. En la década de los ochenta, con la caída de los gobiernos militares –específicamente después del derrocamiento del general Carlos Humberto Romero en 1979– se implementó la “nuclearización y regionalización” en el sistema educativo salvadoreño. De igual manera, en otros países de América Latina, con el auspicio de la OREALC-UNESCO, también se ejecutaron experiencias inspiradas en la nuclearización.
Al margen de las consideraciones técnicas que pudieron sustentar la medida, detrás de esta estrategia de gestión de la educación, había motivaciones políticas. Hasta entonces, los supervisores escolares: de circuito y de zona, eran vinculados con el partido político depuesto (PCN), por lo que todo el cuerpo de supervisores de esa época fue destituido, ocupando sus lugares los “directores de núcleo”, quienes más temprano que tarde también terminaron percibiéndose muy vinculados a la agenda partidaria de los nuevos gobernantes (PDC).
La nuclearización (UNESCO, 1978) corresponde a una concepción del sistema educativo basada en un modelo ágil y funcional, descentralizado y coherente de organización escolar y comunitario para la zona rural, que se concreta mediante la conformación de unidades técnico operativas (núcleos educativos) en áreas geográficas y socioeconómicas relativamente homogéneas, con el propósito de atender eficientemente las necesidades educativas y de desarrollo de la población.
En El Salvador, los resultados no fueron satisfactorios, y en menos de una década, la nuclearización educativa se llenó de vicios que volvieron inevitable su sepultura. Contribuyó a ello: 1) un mapa educativo atomizado que no logró agrupar centros escolares que fortalecieran los territorios educativos; 2) directores de núcleo que no llenaban el perfil profesional esperado, con nombramientos por compadrazgo político y nepotismo; 3) falta de liderazgo en los núcleos educativos hacia sus comunidades; 4) carencia de recursos a escala local, lo que generó ineficiencia y desorden; 5) deterioro de la autoridad estatal; 6) nula participación de la comunidad en los asuntos educativos; 7) desmotivación de maestros; y 8) ineficiencia y pobres resultados en la gestión escolar.
Por ello, si el MINED pretende volver a la “nuclearización” deberá antes estudiar la historia reciente de nuestro sistema educativo. Técnicamente, la regionalización y nuclearización educativa responde a los preceptos de una gestión educativa más eficiente y efectiva, respaldada en los principios de descentralización y desconcentración. Sin embargo, su implementación no generó los resultados esperados en nuestro país.
En la apuesta al mejoramiento de la gestión escolar, los salvadoreños debemos ser creativos, flexibles y apostarle a modelos de gestión educativa diversos. No puede pensarse ya en modelos únicos –llámense ACE, CDE, CECE u otros–, la gestión escolar debe responder a las realidades particulares de los territorios y de los actores sociales que lo habitan.
No cometamos el error de “reinventar la rueda”, en educación los costos sociales son sumamente altos. En los ochenta, los supervisores escolares habían ganado cierto liderazgo técnico, su autoridad estaba fundamentada en el conocimiento y profesionalismo, gozaban de autoridad y respeto en el magisterio, se había iniciado la transición de una supervisión fiscalizadora a una supervisión de asesoramiento, orientación, evaluación e investigación educativa. Lo que está bien debemos fortalecerlo los salvadoreños; que el ánimo de protagonismo no impida ser humildes para reconocer lo bueno que otros han hecho, debemos centrarnos en crear soluciones e innovar en aquellos grandes problemas que aquejan a nuestra sociedad.
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