Federico Hernández Aguilar.16 de Febrero. Tomado El Diario de Hoy.
Tal como lo escribió la semana pasada Joaquín Samayoa —en mi opinión, el mejor columnista del país—, la permanente "actitud defensiva" del Presidente de la República está reduciendo sus oportunidades de liderar amplios concesos nacionales, "porque esa imperiosa necesidad que él parece sentir de defenderse de todo y de todos, sin bajar la guardia un solo instante, lo vuelve poco receptivo a lo que pueda haber de útil y válido en las críticas que se le hacen a su gestión".
Podemos esperar semejantes niveles de "atrincheramiento" en un político cualquiera; pero en alguien que aspira a ser un estadista, que proclama su vocación democrática cada vez que puede, tanta sensibilidad en la piel es contraproducente, un "lujo" que no debería permitirse.
Tres han sido, y siguen siendo, los blancos preferidos del Presidente Funes cuando verbaliza la "defensa" de su gobierno: los 20 años de ARENA —aunque con menos acritud, notamos, en el caso de la última administración—, los medios de comunicación —con un claro énfasis, por cierto, en este periódico— y la cúpula empresarial, a la que suele acusar de plegarse a intereses egoístas o partidarios.
Como bien apunta Joaquín Samayoa, nuestro mandatario "siempre está queriendo culpar del estancamiento económico" a los mismos empresarios que convoca para estructurar los diversos espacios de diálogo. De no reconocer los aportes que estos líderes gremiales pueden hacer a la discusión de los problemas del país, el Presidente jamás les habría ofrecido participar, por ejemplo, en el Consejo Económico y Social, logro que su gobierno (no sin razón) utiliza nacional e internacionalmente como expresión del pluralismo que desea imprimir a la consulta pública de las grandes medidas estatales.
Mauricio Funes quisiera, como todo gobernante, que sus principales apuestas coincidieran con las de los sectores productivos mejor representados. Pero esa aspiración, si bien genuina, debe afincarse en realidades. Muchas de estas realidades dependen de los prejuicios que él claramente identifica en la tensa relación entre empresarios y políticos de izquierda (del FMLN en particular); pero otras han sido alimentadas, aunque no quiera admitirlo, por su proceder como mandatario.
Muchos exabruptos se hubiera ahorrado el Presidente de la República, a estas alturas, si la misma apertura que exige al empresariado salvadoreño tuviera por contraparte, en su caso personal, una mayor dosis de receptividad. Las críticas que se hacen a su gestión, al menos en lo que concierne a muchos que escribimos en los diarios, no llevan por propósito la burla o el agravio personal. Nos interesa, eso sí, que la economía mejore, que la seguridad se fortalezca, que la institucionalidad funcione, que la democracia se consolide, que la libertad prevalezca.
Quienes insultan a Mauricio Funes no suelen calzar sus ataques con nombre y apellido. Despotrican de lo lindo en blogs de izquierda, afines históricamente al FMLN. Calumnian al mandatario por no hacer lo que ellos quieren. Le califican de "burgués" y "derechoso" porque no ha caído rendido a los pies de Hugo Chávez. Le llaman "traidor" hasta por anunciar las lógicas expectativas que le produce, como cabeza del Ejecutivo, la próxima visita de Barack Obama.
Las críticas, sin embargo, que disparan las defensas (a veces viscerales) del gobernante son las que más debería agradecer, entre otras cosas porque —en su mayoría— están razonadas, se hacen sin afán de ultrajarlo y privilegian el argumento sobre las emociones, lo que no está nada mal si tomamos en cuenta la superficialidad con que a veces se juzga la política criolla.
A la argumentación presentada por el sector privado, no obstante, Mauricio Funes responde con emplazamientos del tipo que externó en una de sus últimas comparecencias televisivas: "…Yo les digo claramente: díganme una tan sola señal de incertidumbre jurídica o de decisión que ha tomado este gobierno que genere ese clima de incertidumbre jurídica".
Con el debido respeto, me referiré no a una, sino a tres decisiones puntuales que el Presidente tomó en los últimos meses y que abonan a ese ambiente de desconfianza que los sectores productivos le resienten al actual gobierno: el aumento salarial a los empleados públicos anunciado por Funes el año pasado, obviando su discusión en el CES; el irrespeto a la institucionalidad regional que provocó la renuncia de la titular del SIECA, y el último incremento al subsidio que reciben los buseros.
Hay muchos otros, desde luego, pero selecciono estos tres ejemplos para ilustrar cuán lejos estamos del clima de certidumbre que nos permita llegar a los urgentes consensos. ¿Cómo quiere nuestro gobernante que el CES tenga peso si él mismo lo hace a un lado para decretar, sin oposición, aumentos a los burócratas? ¿De dónde puede sacar el mandatario que debilitar a los organismos que velan por la integración económica de Centroamérica fortalece la seguridad jurídica de nuestro país? Y finalmente, ¿cómo pretende el gobierno recetarnos una mayor carga tributaria después de haber incrementado el subsidio a uno de los sectores que menos autoridad moral tiene para exigirlo?
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