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2010/10/23

LPG-Los tiempos van imponiendo sus propios límites

 En lo comunitario, para referirnos a nuestra concreta realidad nacional, hay un límite impuesto por la misma necesidad del desarrollo sustentable, y ese límite se llama ordenamiento.

Escrito por David Escobar Galindo.23 de Octubre. Tomado de La Prensa Gráfica. 

degalindo@laprensa.com.sv

El problema de las ideologías es que tienen una obsesión de absoluto que las lleva a desentenderse olímpicamente del mundo real, en el que imperan las relatividades. Por eso es que las ideologías, consideradas al estilo monolítico que estuvo tan cómodo en la era absolutista de la bipolaridad, se hallan tan incómodas en la democracia, aunque de manera formal la acepten y aun le rindan artificiosa pleitesía. En los tiempos ya arcaicos del “socialismo real” —arcaicos desde mucho antes de fenecer en 1989, hace apenas 21 años— se usaba la democracia como disfraz indisimulado, pero nada más que eso: en el “campo socialista” se hablaba de “democracias populares” y en nuestros países los autoritarismos militares también se llamaban democracias. Era de seguro para tener trajes honorables entre la deshonra del acontecer concreto.

Los tiempos que corren están marcados por el signo de las aperturas, de tal modo que las fronteras —desde las filosóficas a las geográficas, pasando por todas las demás posibles— son cada vez más porosas y elusivas. Pero el hecho de que las fronteras, tal como tradicionalmente las veníamos conociendo, ya no sean ni puedan ser lo que fueron, no quiere decir que estemos llamados a vivir en un mundo dominado por los arbitrios espontáneos, sin controles ni contenciones, porque eso sería la perfecta invitación al caos. Hoy existen otros límites, determinados justamente por la misma dinámica de las aperturas, aunque pueda parecer paradójico. En otras palabras, la realidad actual está redefiniendo límites, y reconocerlo y reconocerlos es tarea fundamental para funcionar bien en el presente y de cara al futuro.

Esto se da en todos los niveles, desde lo comunitario y nacional hasta lo regional y global. Como el proceso de esta nueva instalación de límites aun está en formación, lo que podemos es adelantar ideas o al menos sensaciones de lo que tendremos al respecto de aquí en adelante. Ensayemos ejemplos, pues. En lo comunitario, para referirnos a nuestra concreta realidad nacional, hay un límite impuesto por la misma necesidad del desarrollo sustentable, y ese límite se llama ordenamiento. Hasta hace poco, nadie hablaba entre nosotros de ordenamiento territorial, no porque no fuera necesario, sino porque no había ni siquiera un barrunto de conciencia sobre el imperativo de sostener el desarrollo posible sobre los diversos pilares de la descentralización del bienestar en vez de insistir en sostenerlo sobre la columna única del centralismo excluyente.

En el orden nacional lo que ha venido prevaleciendo es el desorden. Pero la democracia, cuya plantilla asumimos como nación hace ya treinta años, es fundamentalmente ordenadora, aunque la “lógica” autoritaria crea lo contrario. El motor funcional de la democracia es la política, y la política se activa por medio de los políticos. En este momento, la realidad les impone un límite a la política y a los políticos: y ese límite está constituido por la deslegitimación explícita de la caricaturización. Hay que descaricaturizar las ideologías políticas, descaricaturizar los mensajes políticos y descaricaturizar las estrategias políticas. Las elecciones presidenciales de 2009 fueron, más allá de quién ganó y quién perdió, un ejercicio caricaturizador in extremis. Si se repitiera un ejercicio artificial semejante sería porque la tozudez es incorregible.

Lo regional, en nuestro caso, se halla en estado de sensibilidad crispada. El viejo caudillismo renace, bajo distintas vestiduras. Y, aunque el caudillismo populista de izquierda es el más beligerante, el caudillismo fundamentalista de derecha también asoma. En tales condiciones, potencialmente muy atentatorias contra la estabilización democrática que, pese a todo, parece estar en vías de imponerse, aunque esas vías sean tan tortuosas, ¿cuál podría ser el principal límite de contención? La democracia misma. Los nuevos caudillos con sus viejas banderas ya no pueden hacer su gusto, como hubiera ocurrido en otro tiempo. Hoy ya no basta con cumplir ceremonias de mera apariencia democrática: la democracia está aquí, maltrecha pero básicamente saludable, y esa es la gran salvaguarda que les va poniendo candados a los apetitos rudimentarios del poder.

La era global está reinventando el mapamundi. Y esta no es frase de efecto: es realidad llevada en andas virtuales por la milagrería tecnológica que nos envuelve. El de hoy parece un mundo perfectamente dominado por la tecnología, pero eso mismo le impone un límite que es a la vez una orden inexcusable: construir un humanismo afín al despliegue de esta globalización que disemina poderes y pone a la luz, por primera vez en la historia rastreable, al ser humano, sin cuya preeminencia todas las formas nacionales y supranacionales se vuelven mecanos inútiles.

Los tiempos van imponiendo sus propios límites

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