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2010/10/06

LPG-Desalojo de vendedoras. Dudas

 Hace días fueron desalojadas de las aceras del Hospital Rosales las ventas de comida, sustituyéndolas por barriles llenos de cemento para impedir que regresen las vendedoras.

Escrito por Ivo Príamo Alvarenga.06 de Octubre. Tomado de La Prensa Gráfica.

Paso por esa calle casi todos los días y al ver los pesados antiestéticos bidones, me pregunto si han sido una mejora para el lugar. Con la respuesta que busco, no deseo en lo más mínimo hacer una crítica desfavorable para el alcalde Norman Quijano, cuyas cualidades humanas y de funcionario estimo y respeto en máximo grado.

Cuando tenía lugar, ver el procedimiento del desalojo me causó el dolor que siempre provoca ese tipo de acciones, mirar la despiadada destrucción de las “construcciones” y los humildes enseres, de gente tan pobre a quienes les habrán costado Dios sabe cuántos sacrificios y les representan el sustento diario de sus familias. En el caso del Rosales, se ocasionó daños no solamente a las micro, más bien nano, comerciantes, sino a los miles de pacientes y sus parientes que en las covachas encontraban con facilidad baratos alimentos.

Desconozco si las desalojadas han sido reubicadas donde sus minúsculos negocios les rindan igual o más que en el lugar del cual fueron expulsadas. Tampoco sé si los clientes han encontrado dónde suplirse de alimentos en forma tan económica y a la mano. Ojalá que sí, pues de otro modo se ha castigado a indefensos.

Castigo que tiene una quizás necesaria pero ingrata tradición en esta ciudad. Cuando yo ingresé a la Universidad de El Salvador a fines de los 50, las clases se inauguraban por parte de los estudiantes con un “desfile bufo” en el que con cuadros vivos se censuraba, cómica pero acremente a personajes políticos o no políticos que se habían ganado la burla estudiantil. Una de las representaciones que no faltaban era la del alcalde y sus policías municipales, espectáculo que la mascarada universitaria reproducía con chanzas de crítica mordaz.

El problema de los pequeños negocios instalados en calles y aceras es, pues, antiguo. Cada alcalde prueba a resolverlo sin lograrlo. Quizás el actual es el que mejores y más racionales esfuerzos ha hecho de los últimos cuatro ediles, pero está lejos de solucionarlo. Probablemente los métodos hasta hoy utilizados han sido equivocados. En vez de frenar el incontenible fenómeno, hay que canalizarlo.

Empezando por reconocer que si bien es fruto de la pobreza y el desempleo, lo provoca también la iniciativa individual, el deseo de obtener ganancias, que en las economías de mercado como la nuestra son fuentes de progreso, que no se reprimen sino se orientan hacia el bien común.

En países desarrollados, prósperos, he visto mercados populares tolerados y regulados por el municipio. El caso más significativo es el de Bonn, ex capital de Alemania Federal. En la plaza de la alcaldía, o sea en pleno bellísimo centro histórico, se instala un mercado popular sobre remolques, plataformas rodantes que en la tarde se retiran y dejan el sitio limpio, relumbrantes los adoquines medioevales. En Roma hay varios mercaditos que se montan en el día y desaparecen al oscurecer.

Podría pensarse entre nosotros en uniformar y decorar los puestos de venta, cuidando que dejen suficiente espacio en las aceras y no estorben el tránsito de vehículos. Ciertamente sustituirlos por barriles no es lo mejor. Por lo menos podrían colocarse grandes macetas o pintar los cumbos, como con tan buen criterio se ha hecho en las columnas de los pasos a desnivel.

Desalojo de vendedoras. Dudas

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