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2010/10/16

LPG-Atender los males a tiempo

 Hay sociedades que tienen la precaución de hacerse exámenes periódicos para medir su estado general y otras que se dejan estar, para que vaya siendo lo que Dios quiera...

Escrito por David Escobar Galindo.06 de Octubre. Tomado de La Prensa Gráfica.

 

Las sociedades humanas son como los organismos humanos: fluctúan entre la salud y la enfermedad. Y, como en el caso de estos organismos, su salud requiere disciplinas y regímenes, que de no cumplirse desembocan en trastornos que pueden ser leves o graves, según las circunstancias. Las enfermedades pueden deberse a desajustes de funcionamiento interno o al ataque de factores externos; pero en todo caso requieren diagnóstico, plan de tratamiento, prevenciones contingenciales y régimen de convalecencia, en caso que lo actuado resulte en curación. Si todo esto se tuviera en cuenta a su debido tiempo, de seguro muchos de nuestros males nacionales estarían superados o en una fase muy distinta a esa en la que están.

Igual que en el caso de los seres individuales, hay sociedades que tienen la precaución de hacerse exámenes periódicos para medir su estado general y otras que se dejan estar, para que vaya siendo lo que Dios quiera, con lo cual lo que se asegura es que pase lo que el diablo dispone. Somos pertinaces discípulos de lo imprevisible, y eso nos convierte mecánicamente en víctimas propiciatorias de lo irremediable. Y todo por no haber querido aceptar que la realidad no es un juego de azar, que se puede ir haciendo a golpes de efecto, sino un tablero para mover piezas con inteligencia organizada, de tal modo que se vaya hacia los resultados previstos, en vez de ir hacia las sorpresas que lo mismo pueden ser cohetes soplados que bombas detonadas.

La nuestra es un ejemplo típico de esto último. ¿Cuándo nos sometimos a la última revisión de nuestro estado orgánico general? En el año de la polvazón, por no decir que a saber cuándo. Como recurso alternativo a esa falta de análisis indagadores sobre el estado de la realidad se viene manejando la idea fácil y peligrosa de que basta con mantener vigente el rol de las ideologías. Como si ser de derecha o de izquierda fuera ya, por sí y de antemano, un diagnóstico suficiente sobre lo que habría que hacer en el cuerpo sociopolítico y sociocultural del país para que las cosas estén a raya en el plano positivo. Idea fantasiosa, que ha acabado por ser contraproducente en todas partes. Las ideologías son formas superficiales, y lo que se necesita son palancas de fondo.

Todas las experiencias acumuladas a los largo del tiempo, y sobre todo en los decenios más recientes, indican que no hay soluciones ideológicas a los problemas reales. Las ideologías, ya en el poder, tienden a convertirse en perversiones institucionalizadas. Dos ejemplos bastan: el burocratismo absolutista como destructiva encarnación del régimen soviético y el liberalismo autista como obstructora distorsión del capitalismo posterior al fin de la bipolaridad. Las ideas fijas, como todo lo que se inmoviliza, termina en agua estancada o en metal oxidado. De seguro una de las ventajas potenciales de esta era de la posbipolaridad y de la preglobalización consiste en que la transversalidad ya imperante choca contra los radicalismos de todo cuño e índole.

Lo único que es capaz de darles solución efectiva a los problemas de la realidad es la realidad misma. Y esa verdad tan simple parece ser, paradójicamente, uno de los rompecabezas más rebeldes en el plano de lo real. Pero, desde luego, la realidad no opera por sí misma, como un talismán o como una poción mágica, ni mucho menos. Hay que proveer a la realidad de los instrumentos adecuados para cumplir la función operativa en pro de sí misma. Y tal provisión implica un trabajo que abarca varios ámbitos: la visión integradora, la base institucional, la mecánica del diagnóstico, la articulación de proyectos, el diseño de metas, la consecución de objetivos, los mecanismos de ponderación y verificación, entre los más importantes.

Como ocurre en los organismos biológicos, los organismos históricos también muestran síntomas tanto de salud como de enfermedad. Uno de los principales entre estos últimos es la fiebre. Si recorremos el devenir de nuestro proceso, en distintas oportunidades hubo fiebre de alto poder revelador. 1932, por ejemplo, fue un momento de fiebre de más de 40 grados, que indicaba una situación infecciosa realmente grave. No lo supimos ver, ni tampoco supimos verlo en lo sucesivo. Ya es tiempo de que tal inadvertencia nunca vuelva a repetirse. No esperemos nunca más llegar a los 40 grados.

Atender los males a tiempo

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