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2010/10/09

EDH-Cincuenta millones

 Carlos Mayora Re.09 de Octubre. Tomado de El Diario de Hoy.

Acaba de anunciarse que el biólogo de Cambridge, Robert Edwards, pionero e investigador en las técnicas de fecundación in vitro, ha sido merecedor del premio Nobel de Medicina este año.

Casi todos los artículos que hablan al respecto, hacen notar que gracias a sus investigaciones, desde finales de los Años Ochenta, han nacido alrededor de cuatro millones de niños en todo el mundo.

Si nos quedáramos con el puro dato, no dejaría de ser impresionante: cuatro millones de parejas infértiles han podido gozar la dicha de tener entre sus brazos a su hijo recién nacido.

Pero… lamentablemente las cosas no son tan simples. La FIV, como se le conoce técnicamente, o la FIVET, cuando concluye con una transferencia de embriones, es un procedimiento técnico sumamente costoso en vidas humanas.

La técnica consiste en producir por medios hormonales una sobre ovulación en la paciente que por uno u otro motivo es infértil. Se obtienen así entre cuatro y doce óvulos, sino más, que luego se extraen del cuerpo de la madre, y se ponen en contacto con espermatozoides en un medio de laboratorio. De todos los embriones viables así conseguidos, dos o tres se implantan en el útero; los que, de acuerdo con criterios médicos y biológicos, tienen más posibilidades de llegar a término.

Si se tiene en cuenta que la técnica es efectiva --de acuerdo a los últimos datos--, en un aproximado cuarenta y cinco por ciento de los casos en el primer intento, y que la mayoría de mujeres que no quedan en estado de buena esperanza entonces, recurren a varios procedimientos más; con cálculos gruesos, resulta que por esos cuatro millones de niños que nacieron a partir una FIVET, han quedado en el camino --congelados, si tienen fortuna; desechados, en el peor de los casos-- no menos de cincuenta millones de embriones humanos.

Eso, suponiendo que en los cuatro millones de embarazos exitosos, su efectividad fue del cien por ciento en el primer implante, que si no, esos cincuenta millones se podrían multiplicar por mucho, pues algunas estadísticas hablan, incluso, de veinte embriones por cada niño nacido…

Cincuenta millones de personas. Se dice rápido. Cincuenta millones de pequeñitos seres humanos que nunca van a ver la luz, cincuenta millones de embriones humanos (grosso modo, decíamos) que aguardan congelados, a que las leyes de sus países determinen qué hacer con ellos si no son vendidos, desguazados o simplemente olvidados.

Estas técnicas son procedimientos ordinarios en países con una medicina de avanzada y con leyes permisivas al respecto. Sin embargo, no sólo dan la felicidad a familias que de otro modo quizá no podrían haber concebido hijos, sino que también son responsables de una ingente cantidad de material genético (así le llaman): embriones congelados que representan un serio problema legal, ético y práctico.

Es curioso (aunque en el fondo quizá sería más exacto decir que es trágico), que se haya otorgado un premio Nobel de Medicina a una persona que no ha colaborado directamente a la curación de ninguna enfermedad, ni siquiera a la de la esterilidad humana como tal, y que más bien ha contribuido a un impensable número de muertes silenciosas, chiquititas --quizá por eso-- en las que nadie repara; pero que, dígase lo que se diga, son seres humanos en su etapa de embrión.

Embriones que son tan personas como el bebé en el útero materno, el infante en su cuna, el adolescente en las aulas de estudio o el anciano en una cama de hospital. Pues su estatus no depende de lo que los demás piensen de él, sino de lo que genéticamente sea.

elsalvador.com :.: Cincuenta millones

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