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2010/09/21

LPG-Editorial-Nuestra sociedad está saturada de violencia

 Desactivar todo tipo de violencia es, ahora mismo, el reto principal que enfrenta nuestra democracia en marcha. Resolverlo a satisfacción es básico para progresar de veras.

Escrito por Editorial.21 de Septiembre. Tomado de La Prensa Gráfica.

 

Como comunidad nacional, debemos ser absolutamente responsables en el manejo de los problemas que enfrentamos, de cualquier naturaleza que éstos sean. No nos cabe ninguna duda de que el haber mantenido tradicionalmente una actitud de disimulo o de indiferencia frente a la problemática básica del país ha sido el factor más desestabilizador de la realidad, en todo sentido, y hoy estamos pagando las consecuencias y las facturas, sobrecargadas de intereses históricos. Es hora, pues, y ya hora tardía, de empezar a hacer todo lo necesario para que nuestros problemas estructurales pasen a la primera fila de la atención tanto pública como privada, de manera que las posibles soluciones reales y sostenibles puedan ir surgiendo como compromisos insoslayables.

La violencia no es nada nuevo entre nosotros, y lo que ha venido cambiando son las expresiones de la misma. En la época anterior, lo que prevalecía era la violencia política; hoy lo que se hace sentir es la violencia social, cuya variante más publicitada es la violencia delincuencial. Casi no hay Día de Dios en que no estemos conmocionados por algún hecho espeluznante. Y esta saturación creciente agobia el ánimo nacional, con los efectos depresivos que vienen aparejados.

Frente a tal situación deberían estarse aplicando remedios eficaces, de tal modo que la ciudadanía perciba que hay políticas dispuestas a responder en forma apropiada a la dimensión, profundidad y agresividad de los desafíos. Acaba de entrar en vigor la ley antipandillas, y hay que darle el beneficio de la confianza al esfuerzo por emprender; pero a la vez no olvidar que, aunque las acciones policiales, judiciales y penitenciarias son decisivas, nunca podrían ser suficientes por sí solas. Frente a la violencia de origen social, tendría que lanzarse una ofensiva social reconstructiva de los distintos tejidos nacionales, que sustente todas las otras estrategias.

El ser humano como centro

Se sabe hasta la saciedad que la violencia se multiplica sin control cuando encuentra espacios propicios para ello. Es lo que vemos en la cotidianidad de la vida nacional. Hay violencia criminal, violencia de género, violencia familiar, violencia callejera, entre otras. Unas van potenciando a las otras, y esa dinámica perversa y destructiva sólo podría encontrar barreras efectivas como resultado de líneas de acción convergentes: una, la educación reconstructiva de valores; otra, la creación de oportunidades que abran expectativas reales de futuro, en especial para los jóvenes; otra, el estímulo constante a la reintegración familiar; y otra más, el cultivo intensivo de la espiritualidad como factor determinante de la autorrealización personal y colectiva.

En nuestra sociedad, tradicionalmente el protagonista ha sido el poder, no el ciudadano; y de ahí arranca una distorsión que lo ha venido trastornando todo. El poder político tradicional entró en crisis allá a fines de los años setenta del pasado siglo, y, a comienzos de los ochenta, cuando se emprendió el proceso democratizador, el ciudadano empezó a emerger como sujeto primario en la vida política. Ese tránsito aún no se ha cumplido a plenitud, pero está ya bastante avanzado, y al ser así, se va haciendo cada vez más notorio que el ser humano va pasando a ser el centro natural de todos los dinamismos políticos, sociales, económicos y culturales. Cuando esto sea un hecho irreversible podremos decir que vivimos una democracia también irreversible.

Desactivar todo tipo de violencia es, ahora mismo, el reto principal que enfrenta nuestra democracia en marcha. Resolverlo a satisfacción es básico para progresar de veras.

Nuestra sociedad está saturada de violencia

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