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2010/09/16

El Faro - "Hato, ¿tenés 100 dólares?" - ElFaro.net El Primer Periódico Digital Latinoamericano

 Este miércoles demostró que no se anda con cuentos cuando alguien le pide ayuda, y si ella no tiene para dar, pide a los funcionarios que se bolseen. Y si Juan Pérez tiene una inquietud sobre seguridad pública, ella hace llamar al mismo director de la Policía. Es Vanda Pignato, primera dama y secretaria de Inclusión Social.

Daniel Valencia y Carlos Martínez.16 de Septiembre. Tomado de El Faro.

 

Cuando ya casi todos se habían ido, cuando el sol de media mañana terminaba de hacer estragos en los funcionarios y diplomáticos que todavía deambulaban por la Plaza Libertad —en el centro de San Salvador—, ocurrió algo inesperado, un guiño de la primera dama, Vanda Pignato.

A las 10:15 de la mañana, frente a la plaza, custodiado por guardaespaldas, el presidente Mauricio Funes atajaba sin nervios de portero novato la insistencia periodística que demandaba explicara su distanciamiento respecto del FMLN, agudizado días atrás en México, cuando un periodista de El País le sacó que el FMLN está equivocado con su idea del socialismo del siglo XXI para El Salvador.

Testigos de las preguntas y de las respuestas estaban, atrás de Funes y de la prensa, a la orilla de la plaza, un grupo de personas que llegaron desde las 7 de la mañana a ver el acto patrio, y que todavía aguantaban con estoicismo a Funes. Qué importaban un par de minutos más para despedirse del presidente, ese que hizo calentar, bajo el sol y durante una hora, las cabezas de funcionarios de los tres poderes del Estado, de embajadores, de la gente que, curiosa, lo esperaba detrás de la barda de seguridad, al otro lado de la calle. El reloj del presidente sigue impecable: aparece entre hora y hora y media más tarde de lo acordado. Aunque hay algunos encargados del protocolo de otros ministerios que se alegran de que ya no sean tres horas.

—¿No viste la cabeza de don Héctor Dada Hirezi (ministro de Economía)? Pobrecito, ¡parecía camarón! –preguntaba un colega, al finalizar el acto, entre risas.

Pero bueno, el punto es que mientras el presidente daba declaraciones a la prensa, la primera dama de la nación —quien luego tuvo que dirigirse al estadio Mágico González a ver desfilar a las cachiporristas que quiere proscribir— decidió aguantar la espera conversando con uno u otro funcionario y, por qué no, saludando al público que detrás de la barda, al otro lado de la calle, la saludaba con las manos.

Fue entonces cuando una señora le pidió dinero. Y la primera dama supo que tenía una misión que cumplir. Una misión casi imposible porque ella no andaba dinero encima, ni su equipo de protocolo. Al menos, no la cantidad que quería. Porque serán pocos los que en su cartera, en estos días aciagos, anden tanto cash en su bolsillo como para responder a la necesidad apremiante de una secretaria de inclusión social.

El director del Organismo de Inteligencia del Estado es uno de ellos. Y por eso, cuando la primera dama se acercó a pedirle que le prestara el pisto, Eduardo Linares le respondió, tocándose los bolsillos:

—No, no tengo.

Entonces, ella buscó entre los que quedaban en la plaza, y terminó frente al secretario de Asuntos Estratégicos, que en ese momento estaba siendo entrevistado por un periodista de El Faro.

—Perdóname, querido —dijo la primera dama al periodista, con su marcado acento portugués.

—No se preocupe.

—Hato: un favor... ¿tenés 100 dólares? —dijo ella.

Hasbún, sorprendido, metió su mano izquierda en el bolsillo izquierdo de su pantalón, y sacó un fajo de billetes. Contó 100 dólares entre billetes de a 20 y de a 10 dólares y se los entregó en la mano.

—¡Gracias! Luego te los doy, ¡eh!

—Sí, está bien, no se preocupe —respondió Hasbún.

La primera dama se disculpó de nuevo con el periodista de El Faro, y marchó en dirección a la acera, al otro lado de la calle, frente a la plaza. Su esposo seguía dando declaraciones a la prensa.

Mientras ella se marchaba, Hasbún, en broma, comentó:

—¡Púchica, me acababan de pagar y ya me quitaron 100 dólares! Ja, ja, ja.

Vanda Pignato caminó con el puñado de billetes en la mano, seguida por los ojos del público, e hizo una de las más literales transferencias directas de fondos: de los bolsillos del secretario de Asuntos Estratégicos a los de una mujer de mediana edad que se deshizo en gratitud. El gesto la transformó de inmediato en una versión instantánea de Evita Perón. Besos, saludos, sonrisas.

Iba adornada por un vestido blanco de una sola pieza, con tocados azul marino, y de la disposición de hacer migas con el pueblo, que la aclamaba detrás de una barda negra y que se disputaba un espacio para tocarle la mano. Se fijó en un chiquillo moreno y pidió cargarlo, mimándolo con la voz, llamándole “precioso”, con su acento portugués: “Ven acá, preilloso, ven acá”, le decía, pero preilloso se puso a llorar cuando su madre lo soltó y la primera dama lo devolvió en el momento. Compartió tips maternales con varias mujeres, apuntó cuanto teléfono le dieron... bueno, más bien que los apuntó la teniente que le escolta como su sombra. Repartió abrazos, firmó gorras, camisetas... E hizo llamar al director general de la Policía para que atendiera a un ciudadano que quería ser escuchado, cosa que el comisionado Carlos Ascencio atendió de inmediato.

Para entonces ya era una rock star entre el público. Si alguien puede, en cuestión de minutos, repartir 100 dólares y hacer que el director de la PNC escuche a Juan Pérez es que ese alguien lo puede todo. Pero no, hay algo que no podía. “Dígale a Mauricio que venga”, dijo una que ya había entrado en calor, pero Vanda Pignato ya no le escuchaba, porque sus 11 escoltas la conducían a la camioneta oficial, donde el presidente de la República esperaba al volante. La caravana de carros partió rugiendo. “Puchica –se lamentó alguien que se quedó con las ganas— se la llevó..."

Posdata: Tanta fue la espera y el calor en la Plaza Libertad, que el embajador de Israel, a diferencia del ministro de Economía, prefirió cubrirse con una cachucha. También el de Estados Unidos. Pero el presidente también se llevó su parte, y el poco tiempo que aguantó parado bajo el sol –mientras se cantó el himno, se oró a la bandera y leyó su discurso— sudó la gota gorda. Y a falta de pañuelo, su esposa le limpió el sudor de la frente con la mano. Luego, un vasito de agua. Para el resto de funcionarios, hoy quedó claro que no es fácil esperar bajo el sol una hora y media al anfitrión de la fiesta.

*Con reportes de Jimena Aguilar, Patricia Carías y Rodrigo Baires

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