José María Sifontes.26 de Junio. Tomado de El Diario de Hoy.
Tengo una amiga forense a quien el pasado domingo le quedará grabado el resto de su vida. Estaba de turno y le tocó, de madrugada, hacer los reconocimientos de los cadáveres del ataque al bus que fue incendiado con los pasajeros dentro. Tiene casi veinte años de ser forense y está acostumbrada a escenas de crímenes violentos. Ha visto cientos, y la fuerza de la costumbre ha hecho que no se impacte fácilmente. Esto fue diferente, dice, lo que vio no lo olvidará nunca.
¡Macabro! Es la palabra que usó cuando conversamos y me contó. No se puede sacar esa palabra de la mente, la única que describe a cabalidad de lo que fue testigo. Los policías, la fiscal que la acompañó, los ayudantes, todos tenían reflejados en sus rostros la tristeza, el asombro y el desconcierto. Hicieron su trabajo en el silencio de la noche y en el silencio de sus espíritus, con la congoja a cuestas.
Uno a uno fue reconociendo los cadáveres. Recuerda los cuerpos quemados, algunos con la cara carbonizada, otros con la cara color rojo intenso, característico de la inhalación con monóxido de carbono. Recuerda también el penetrante olor. Sacó a la niña Hazel, de año y medio, de la parte de abajo de un asiento. Su madre la puso ahí y la cubrió, en un afán inútil de protegerla. ¡Terrible!
En la escena había ropa, otras cosas personales y víveres quemados. Las cosas comunes que la gente lleva un día cualquiera. Abordaron el bus sin la menor idea de su destino. Víctimas inocentes de los criminales. ¿Qué les debían? ¿Qué les habían hecho? Estaban dentro del bus, eso es todo. Los criminales estaban claros que no tenían nada "personal" contra ellos. Seguramente vieron, mientras rociaban la gasolina, que había una niña con su madre y no les importó. Prendieron la entrada para que nadie saliera, disparaban a los que intentaban salir por las ventanas, y todavía se quedaron un tiempo mirando el bus arder.
¿Qué es esto?, nos preguntamos. No hay ninguna explicación coherente. Nada tiene sentido, es completamente irracional. Quisiéramos preguntar a los hechores: ¿Por qué? Es que acaso no les duele el sufrimiento ajeno, no sienten aunque sea un poco de lástima al ver las fotos de los niños abrazando los ataúdes de sus padres. ¿Hay alguna conciencia?
La gente está indignada. Tiene razón. Al darnos cuenta de estos casos nos ponemos del lado de las víctimas. Nos imaginamos en su lugar y pasa por nuestra mente la idea de que éramos nosotros los que estábamos dentro del bus. ¿Qué sentimos en los últimos momentos? Y otra vez la pregunta crucial: ¿Por qué? Nos ponemos también en los zapatos de los familiares. Sentimientos de frustración, de rabia, de impotencia. Ya nada se puede hacer por los que murieron. Es sin embargo esencial ayudar a los familiares, y hacer lo posible porque esto no vuelva a pasar.
Es hora de que todos nos unamos. Cada uno desde su posición y función. Este hecho nos dice que no es momento de incriminarnos unos a otros. A todos nos duele lo que ha pasado, y unidos debemos actuar. Con valor y con la imagen de las víctimas en mente.
Tenía otro artículo para este día pero no pude quedarme sin decir algo. Escribí éste con aprensión, pero convencido de que una forma de respetar a las víctimas es no olvidarlas. Porque, en cierto sentido, ese domingo todos íbamos en ese bus.
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