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2010/05/06

LPG-Es vital que cada quien cumpla con su responsabilidad

 Hoy, ni la familia, ni la educación, ni las instituciones encargadas de la legalidad y la seguridad parecen reconocer con la debida claridad el rol que les corresponde.

Escrito por Editorial.6 de Mayo. Tomado de La Prensa Gráfica. 

 

Nuestra sociedad necesita, desde siempre, un ordenamiento verdaderamente funcional y efectivo de las responsabilidades que les competen a los distintos actores políticos, institucionales, económicos y sociales. Lo que se ha visto en el día a día es más bien lo contrario: la práctica viciosa de que cada quien le tira a otro la pelota, para tratar de justificar la falta de cumplimiento del propio deber. Y esto es aún más patente en áreas especialmente sensitivas, como la de la inseguridad que erosiona a diario todas las actividades normales en las comunidades y en todo el cuerpo social.

Ejemplo vivo de lo que decimos lo tenemos en el caso de la condena que ha sufrido nuestro periódico por el hecho de publicar información completa sobre un hecho delictivo realizado a la luz del día y a la vista de todos por un menor delincuente. La juzgadora no entendió que hay un cruce de derechos desiguales: el del “niño” asesino cogido in fraganti en plena calle y el de la colectividad que merece conocer sin disfraces protectores artificiales a los que atentan contra su integridad básica, independientemente de la edad que tengan. Y este es sólo un caso de ese desenfoque de responsabilidades que genera tantas incertidumbres y trastornos en el ambiente.

En el ámbito institucional y también en el ámbito social es urgente definir y asumir las correspondientes responsabilidades. Para el caso, la Policía tiene las suyas, los entes encargados de la prevención y de la rehabilitación deben honrar las propias, y asimismo los organismos fiscales, judiciales y educativos. Lo que no es admisible es seguir en este juego en el que nadie se posesiona de la función que le toca cumplir.

Ordenar los respectivos roles

Es evidente que el sistema educativo nacional viene siendo ineficaz para cumplir a cabalidad sus responsabilidades formadoras, desde hace mucho tiempo. Allá a fines de los años sesenta del pasado siglo, se dio sociológicamente un momento clave para hacer el cambio educativo de fondo, cuando la sociedad estaba viviendo una renovación evolutiva muy intensa, a la luz de las transformaciones socioindustriales que anunciaban el declive del modelo agroexportador que prevaleció por tanto tiempo. Se necesitaba una nueva educación para una nueva ciudadanía. Pero la reforma del 68 fue más teórica que práctica, y no se logró hacer una feliz sustitución de modelos.

Por esa falta de empalme entre educación y realidad, la escuela entró en fase crítica prolongada, la cual, al unirse a la crisis familiar detonada por el conflicto y desplegada por la emigración masiva, sirvió de caldo de cultivo para grandes males posteriores. Hoy, ni la familia, ni la educación, ni las instituciones encargadas de la legalidad y la seguridad parecen reconocer con la debida claridad el rol que les corresponde.

Se requiere, pues, y cada vez con más urgencia, que nadie pueda evadir sus deberes, y, por el contrario, que cada quien los asuma en toda su magnitud y profundidad. Entre la familia indiferente, la escuela desorientada y las instituciones casi a la deriva, el panorama debe mover a hacer ordenamientos correctivos cuanto antes. ¿Y a quién le corresponde tomar la iniciativa? A la institucionalidad, desde luego.

Es vital que cada quien cumpla con su responsabilidad

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