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2010/05/20

La Página-Hipocresías-Diario digital de noticias de El Salvador

 Escrito por Federico Hernández Aguilar.21 de Mayo. Tomado de La Página.

Juan José  y Jorge Dalton tienen todo el derecho de pedir al Estado salvadoreño que investigue el asesinato de su padre. También pueden impedirle, a ese mismo Estado, que haga nuevas ediciones de su obra, porque son ellos los dueños de los derechos de autor. Lo que no pueden hacer es limitar a nadie las menciones de Roque Dalton o las referencias a sus versos. En este sentido, Mauricio Funes tiene razón cuando les recuerda, a los hijos del poeta, que llevar un apellido ilustre no nos hace dueños exclusivos del legado cultural que un país entero identifica con él.

El mandatario, por su lado, tiene la potestad de bautizar un salón de Casa Presidencial con el nombre de Roque Dalton, así como decretar (si llegara a ocurrírsele) que cada lunes del mes de marzo sea dedicado a Monseñor Romero en nuestro sistema público educativo. Lo que Mauricio Funes no puede ni debe hacer es confundir las legítimas admiraciones personales con el oportunismo político, y menos con las ansiedades partidarias. Ya demasiadas muestras de este tipo de manipulaciones ha dado en los últimos años el FMLN como para que ahora venga un presidente a convertirlas en leyes. Hará bien, por tanto, nuestro actual mandatario si evita caer en estas burdas tentaciones del poder.

El asunto no acaba allí, sin embargo. Los hermanos Dalton también exigen la destitución de un funcionario del actual gobierno que ha sido ligado al crimen de su padre. Pero hemos de decir, a propósito, que si el requisito para acceder a la función pública fuera un pasado limpio de crímenes, el presidente Funes tendría que prescindir de la mitad de su gabinete.

Comenzando con el Vicepresidente de la República y Ministro de Educación, señalado por diversos testimoniales —recogidos ya en libro, por cierto, con nombres y apellidos— como el principal responsable de matanzas atroces e injustificadas en el Frente Paracentral, las peticiones de justicia diezmarían el gobierno “del cambio” (algo que tal vez no le vendría mal), pero abrirían la puerta a sucesivas demandas y contrademandas. Un despelote, en fin, que quienes defendemos la vigencia de la Ley de Amnistía seguiremos advirtiendo como inoportuno e innecesario.

Por encima de estas consideraciones coyunturales, la lucha particular que quieren librar los Dalton por el respeto a la memoria de su padre —el más eficaz poeta, sin duda, de la intelectualidad comprometida salvadoreña— hace que muchos actores de la guerra vuelvan a enfrentarse con el pasado. Y el asunto, obvio, incomoda en el FMLN, porque es muy fácil darle vuelta al disco, año con año, del crimen de Monseñor Romero o los jesuitas de la UCA, pero no resulta tan sencillo responder (y menos si ya se está en posibilidad de patrocinar ciertas investigaciones) ante reclamos que aparecen en el seno de la misma izquierda.

El silencio de los ex comandantes, otra vez, huele a hipocresía. Una razón más para desconfiar de lo que hacen y dicen ahora desde el poder, sobre todo cuando intentan que les compremos el socialismo como “una etapa superior del desarrollo de los pueblos”.

Ni los grandes poetas nacionales se salvan de las manipulaciones y lecturas interesadas. Salvador Sánchez Cerén hace una mención utilitaria de Roque Dalton en su libro de memorias, desligándose moralmente de su alevoso asesinato para luego acusar de “militarista” al ERP. Es la misma frescura con la que trata de destruir la memoria del fundador de las FPL, Cayetano Carpio, de cuyo radicalismo enfermizo sigue siendo, aunque ingrato, temible heredero.

Se entiende la indignación de los hermanos Dalton, cuya cruzada por sancionar moralmente a un gobierno que gusta de hablar del poeta asesinado tal vez no llegue lejos, pero despierta interés en la hipocresía del discurso oficial. Al menos este servidor, sin embargo, también comprende que Mauricio Funes no quiera sentar precedentes que le lleven a destituciones poco manejables, apenas a 365 días de haber asumido la conducción del Estado. Ese camino le llevaría, tarde o temprano, a pedirle cuentas al hombre que le acompañó en el ticket electoral del Frente… y eso no va a hacerlo.

¿Qué sería lo más elegante? Quizá dejar de mencionar tanto a Roque Dalton. Y, de paso, pedirle al FMLN que se abstenga de usar los crímenes de los jesuitas o Monseñor Romero como si señalar culpables en alguna dirección exonerara de sus propias responsabilidades a algunos flamantes funcionarios.

Diario digital de noticias de El Salvador

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