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2010/04/15

LPG-¿Y si los políticos fueran filántropos?

Como es de la mayoría conocido, filántropo es la persona que se distingue por el amor a sus semejantes y por sus obras a favor de los demás.

Escrito por Rafael Rodríguez Loucel.15 de Abril. Tomado de la Prensa Grafica.


Supongamos entonces, que los políticos en El Salvador, que prácticamente han secuestrado el quehacer nacional, no se destacasen por ser improductivos pues no generan valor agregado y devengan un salario que proviene de los impuestos, y que fuesen filántropos, distinguidos por su desinteresada entrega a sus funciones y por sus obras en favor de los gobernados y nunca por interés propio o por lo menos por sus labores en favor de la humanidad.

Si ese fuese el caso, se asemejarían a otros, que no obstante vivir de parte de los ingresos de los remunerados por su trabajo, contribuyen al crecimiento espiritual, aún cuando material y rigurosamente hablando no sean productivos, o como los que se dice protegen a la ciudadanía o defienden circunstancialmente al país de fuerzas externas, pero que en sentido íntegro, tampoco son productivos, porque no generan valor agregado y no pueden considerarse factores de producción como mano de obra o como empresarios; por el contrario, viven de parte de lo que perciben los demás como contrapartida de su aporte a la producción, pero su función resulta de utilidad en la restauración de los valores básicos y en la protección de una sociedad sin rumbo, inviable y violenta.

Si seguimos siendo benévolos, soñadores y cada vez menos apegados al estricto concepto, los políticos talvez podrían no llegar a filántropos, pero sí ser probos, desinteresados y contribuir al desarrollo del país sin esperar nada a cambio, y conformarse con lo que les corresponde como asalariados, asumiendo una actitud íntegra y apegada al juramento que hacen al asumir el cargo. Este proceder de los políticos cuando llegan a funcionarios es absolutamente necesario, sobre todo en un país que atraviesa por una parálisis económica y un desamor a sus semejantes y compatriotas, que se manifiesta con una exacerbación de la violencia y la delincuencia.

Definitivamente, en un país pequeño, pobre, con alta densidad demográfica, dependiente en extremo de remesas familiares, con una baja productividad, poca competitividad y una situación financiera precaria, sería loable un esfuerzo de los altos funcionarios y/ o políticos por dejar de ser los “zánganos de la colmena” y convertirse en “abejas obreras” de la misma, tratando de recuperar la credibilidad perdida. Este comportamiento se asemeja a un axioma, porque el derroche, el desperdicio o el apropiarse de parte del erario nacional en un entorno de escasez definitivamente es un pecado.

Recurriendo a internet, me encontré que Juan Freire (2006) cita que un político divide su tiempo en tres actividades prioritarias y jerarquizadas: 1) conseguir poder y controlar su propia organización (lo que suele consumir la mayor parte del tiempo), 2) ganar elecciones, o sea vencer electoralmente al contrario (externo) y “controlar” a los electores y 3) gobernar (solo si los resultados electorales lo permiten y queda tiempo suficiente tras completar las dos primeras actividades).

Como puede deducirse, el político persigue básicamente el control como objetivo en sí mismo y para satisfacer una necesidad extravagante del ser humano: el poder. Actúa como un filtro en el que tiene la disyuntiva de frenar o facilitar proyectos que favorecen la colectividad o a grupos determinados, o decisiones excluyentes que favorecen al Estado, al partido que pertenecen o a la iniciativa ciudadana. En esta perspectiva siempre estará la disyuntiva de seguir siendo ciudadano (un potencial benefactor) o un tradicional político (un potencial egoísta).

¿Y si los políticos fueran filántropos?

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