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2010/04/10

LPG-¿Con qué bases de seguridad necesitamos contar?

Aquí no hubo ganador, a Dios gracias, y lo que quedó fue una lista compartida de responsabilidades para hacer posible que la comida alcanzara para todos. Y la palabra “comida” está usada aquí en sentido metafórico: se quiere decir autorrealización.

Escrito por David Escobar Galindo.10 de Abril. Tomado de La Prensa Grafica.

Entre muchos otros déficit que dificultan nuestro avance hacia niveles superiores de desarrollo en todos los órdenes, cargamos desde siempre con el déficit conceptual. Muchos términos fundamentales, que representan contenidos que son determinantes para el desenvolvimiento ordenado y saludable de la vida nacional, han permanecido y permanecen en el limbo de lo indefinido. Y la seguridad es uno de esos términos. Sufrimos la inseguridad, pero eso no significa saber qué es la seguridad que sentimos haber perdido o nunca haber alcanzado. Para saberlo se necesita hacer un esfuerzo consciente que nos permita identificar realidades en todo lo que representan. La seguridad es un estado del ser y la inseguridad es una contingencia del estar. Los salvadoreños estamos casi ahogados por la contingencia, sin saber a ciencia cierta cuál es el estado de cosas al que aspiramos.

¿Y qué es la seguridad, pues? Tratemos de hacer una dilucidación al respecto, que desde luego es personal y por ende opinable. Consideramos que la seguridad se funda en tres principios básicos: autorreconocimiento, autoestima y autorrealización. Es decir, identidad, confianza y destino. Parecen términos esencialmente teóricos, pero en realidad responden a lo que cualquier ser humano necesita para organizar bien su vida, independientemente del lugar de origen o de la ubicación en el tiempo. Veamos, entonces, que significan, para el desempeño personal y colectivo, esos tres términos enunciados, que son en sí núcleos de irradiación existencial. Tomar conciencia de ello constituye, en efecto, la base anímica que permite darle identidad a lo humano, sin lo cual queda totalmente en el aire --y por ende en la más angustiosa inseguridad-- lo que se es y lo que se puede llegar a ser.

Hagamos, enseguida, un ligero recorrido por esas tres estaciones que forzosamente debe tocar en el principio de su ruta el tren de la seguridad, para enfilarse hacia el horizonte que le corresponde, en el que están las metas ineludibles de todo destino que quiera merecer el nombre de tal: paz sostenible, convivencia plena y saludable, progreso individual y comunitario al servicio del presente y del futuro…

El autorreconocimiento es la forma elemental de la afirmación del ser en la existencia. Si el individuo, si las organizaciones que forman los individuos, si la sociedad nacional, si la comunidad internacional no son capaces de autorreconocerse, no llegan a ser sujetos capaces de organizar los distintos despliegues existenciales. En países como el nuestro, que por tradición han vivido una especie de doble condición humana superpuesta: la de los visibles y la de los invisibilizados, los primeros en minoría y los segundos en mayoría, este tema del autorreconocimiento se vuelve aún más dramático. Porque si proveerles seguridad a los visibles es difícil, hacérsela accesible a los que no tienen visibilidad o la tienen en esa cierta penumbra que seguimos llamando “insuficientes condiciones de vida” resulta prácticamente imposible. Para que haya seguridad, pues, todos los integrantes de la sociedad, sean los que fueren y estén donde estuvieren, tendrían que haber emergido a la visibilidad social, con los diversos derivados que ésta trae consigo.

El autorreconocimiento es la base insustituible de la autoestima, aunque bien puede ser que un autorreconocimiento distorsionado produzca una caricatura de autoestima. En nuestro país, hemos padecido endémicamente un vacío de autorreconocimiento, y, por ende, una crisis crónica de autoestima. Nada de esto tampoco es casual. ¿Cómo puede autorreconocerse una sociedad que vive con una cantidad tan grande de población sumergida, en el sentido de ser prácticamente inexistente para efecto de cualquier atención o acompañamiento organizados? A los trastornos culpables en el ejercicio del poder en todas sus formas, a los desajustes traumáticos en la escala social y económica, al escabroso desenvolvimiento cultural a lo largo del tiempo, se han unido las contingencias naturales y las consecuencias de ser un país de emigración, desde que se tiene memoria. ¿Qué tiempo hay para desarrollar autoestima cuando todo el tiempo hay que gastarlo en sobrevivir o en mantener el artificio perverso de “vivir sobre”…? Todo esto es fuente viva y abundante de inseguridades recurrentes, que están en la base de todos nuestros males.

Y cuando las condiciones del autorreconocimiento y de la autoestima son tan precarias, ¿cómo puede haber espacios abiertos y accesibles para la autorrealización? La guerra interna, que fue tan desgarradora por tantas vías y de tantas maneras, produjo también, al fin de cuentas y por obra del desenlace, que trascendió en función transfiguradora todos los efectos regresivos que hubiera tenido cualquier solución militar, el surgimiento de una nueva realidad nacional. Una nueva realidad más potencial que real, y por eso mismo en forma de tarea por hacer y no de conquista por disfrutar. Los análisis superficiales le reprocharon de inmediato a la solución política de la guerra el que no trajera una especie de mesa servida, que hubiera sido lo fácil pero también lo intrascendente. Las guerras sólo producen mesas servidas para celebrar al ganador. Aquí no hubo ganador, a Dios gracias, y lo que quedó fue una lista compartida de responsabilidades para hacer posible que la comida alcanzara para todos. Y la palabra “comida” está usada aquí en sentido metafórico: se quiere decir autorrealización.

La seguridad, pues, no es, ni mucho menos, una condición abstracta, que resulte de lucubraciones filosóficas, sociológicas o técnicas: es una vivencia básica del ser, que se plasma en un valor insustituible para el desarrollo vital en todas sus expresiones. Como individuos, como organizaciones, como colectividad nacional, estamos inescapablemente comprometidos —so pena de vivir en la confusión perpetua, fuente de todas las distorsiones y calamidades, es decir, de todas las inseguridades imaginables— a responder creativa y responsablemente a esa trinidad fundadora y potenciadora de lo humano en proceso: autorreconocimiento, autoestima y autorrealización.

¿Con qué bases de seguridad necesitamos contar?

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