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2010/04/12

El Faro - Derribar y construir - ElFaro.net El Primer Periódico Digital Latinoamericano

Escrito por Álvaro Rivera Larios.12 de Abril. Tomado de El Faro.

Los marxistas se han especializado en el estudio y la denuncia de aquellos elementos de la estructura económica capitalista que generan diferencias sociales incompatibles con la igualdad y la libertad que teóricamente pregona el ideario liberal.

Pero una cosa es negar aquello que limita la libertad y otra cosa es construirla. Continúan siendo correctos algunos juicios de Marx sobre la sociedad capitalista, pero ahora sabemos que la izquierda ha fallado a la hora de construir instituciones donde encarne de forma objetiva y positiva un nuevo sentido de la democracia. Y este fracaso exige una respuesta, dado que el marxismo no es sólo una teoría que desnude la explotación capitalista, su meta es buscar la salida para un dilema estratégico del hombre: el de cómo organizar una forma de convivencia ciudadana donde guarden equilibrio el bienestar colectivo y la autonomía personal.

Siguiendo el ejemplo de un teórico marxista salvadoreño, diré que no es fiel a Marx aquel militante que niegue al sistema capitalista sin ofrecer una respuesta profunda al problema de la libertad. Para el filosofo alemán el ser humano es algo más que un estómago, es un ser complejo que desarrolla sus potencialidades en un medio  exento de la opresión injusta y arbitraria. Ahora sabemos que las burocracias comunistas también alejan al hombre de su esencia.

Simplifiquemos brutalmente y digamos que este problema puede enfocarse desde dos perspectivas: la teórica y la práctica. La perspectiva teórica podemos subdividirla en dos enfoques complementarios: el primero de ellos, de naturaleza filosófica, intenta responder a la pregunta de qué es la libertad y cómo se relaciona con otros valores; el segundo, con el lenguaje de las ciencias sociales, trata de ordenar y explicar los variados fenómenos de la estructura social que inciden sobre nuestras libres elecciones. Lo repito, ambos enfoques se complementan y se interrelacionan. Las clarificaciones conceptuales se pueden convertir en un juego escolástico, si olvidan la raíz social y el carácter práctico del “objeto” que abordan.

Un ejemplo de acercamiento filosófico es el que ha hecho, desde una perspectiva marxista, Ángel Prior Olmos (“El problema de la libertad en el pensamiento de Marx”, Biblioteca Nueva, Universidad de Murcia, Madrid, 2004). Prior Olmos resalta el valor estratégico que tiene la libertad en el pensamiento de Marx y ese valor subsiste, sin lugar a dudas, como potencialidad de la teoría. El olvido, el desprecio o la subestimación de este plano del marxismo está detrás de algunos experimentos históricos fallidos, pero no los explica por completo. Creer que los socialismos reales se derrumbaron sólo por causa de una simplificación teórica (el marxismo soviético) nos confinaría en el marco de una interpretación idealista de la historia en la cual las contradicciones y las crisis de toda sociedad se reducirían a una crisis en el terreno de los conceptos o a la mala aplicación de una teoría.

Si una pregunta debemos hacer es por qué a lo largo del siglo XX tantos marxistas olvidaron, subestimaron  o despreciaron el papel central que desempeña la libertad política en el pensamiento de Marx. Ese olvido recurrente ¿qué raíces sociales tenía? Podríamos hacer la pregunta de otra manera ¿Qué circunstancias sociales propician la formación y difusión de un marxismo autoritario? O dicho de otra manera, la izquierda se ha preocupado por distribuir el pan, pero  ha tenido grandes fracasos en su intento de distribuir el poder y construir la libertad. Cuando ha dispuesto de mando para organizar la libertad, ha terminado extraviándola. Lo más honesto, si somos verdaderamente críticos, es que busquemos una respuesta compleja para este fracaso recurrente.

Debemos situar la pregunta sobre la libertad en las encrucijadas presentes de nuestra organización social. No es un ente aislado y abstracto quien se interroga sobre la libertad humana, somos nosotros en el horizonte de una comunidad condicionada por su desarrollo socioeconómico y su experiencia histórica.

Es en este plano, el de la realidad social e histórica, donde nos sale al paso como un desafío práctico el problema de la libertad. Y hacemos la pregunta e intentamos darle una respuesta en los hechos, sin que podamos escapar de los conceptos, valores y patrones de conducta reales que dominan en nuestro sistema político ¿Cuáles son los comportamientos políticos reales de quienes hablan de traer la verdadera democracia a nuestro mundo? Los agentes políticos del cambio revolucionario han de acercarse al espejo del materialismo histórico para preguntarse hasta qué punto su práctica real, y no la idealizada, se acerca al horizonte libertario que Marx buscaba.

Se equivocarían profundamente, si olvidan que ellos y ellas, como agentes del cambio, arrastran inercias estructurales de esa realidad social que pretenden transformar. La alienación, por ejemplo, no desaparece por el simple hecho de que se socialicen y gestionen de forma colectiva los medios de producción. Los límites que impone la estructura de clases heredada continúan operando de forma subterránea en el seno de las instituciones revolucionarias, aunque el marxismo ideologizado niegue esta verdad. Las contradicciones que derivan de la división entre el trabajo manual e intelectual subsisten a lo largo del proceso de cambio y mal hacen quienes, aparte de negarlas teóricamente, prohíben la existencia de contradicciones sociales en el seno del socialismo.

Quienes por causa de cierres doctrinales e institucionales niegan los desacuerdos en la izquierda, en vez de gestionarlos y resolverlos de forma creativa, lo que acaban haciendo es negar la libertad que Marx buscaba. La izquierda suele ver la contradicción en los dominios de la realidad capitalista, pero se niega a reconocer y estudiar sistemáticamente la lógica de las contradicciones que subsisten en ella e  intenta ahogarlas y extirparlas a base de imponer violentamente una homogeneidad ideológica e institucional que con mucha frecuencia, más que reflejar los verdaderos intereses del pueblo, lo que busca es legitimar el dominio excluyente de un sector de la elite radical (lo que sucedió con el estalinismo).

Dicho cierre político y doctrinario, en nombre de la estabilidad y de “los intereses del pueblo”, convierte la discrepancia razonable en delito o herejía. Aquí ya no se trata únicamente de expulsar del terreno de la discusión a los reformistas, porque el lugar donde más se ha manifestado la trágica torpeza con que la izquierda ha resuelto sus conflictos es en el seno de los grupos más radicales. Ejemplos terribles de esto serían los asesinatos de Roque Dalton y Mélida Anaya Montes. Ni Roque ni Mélida eran enemigos de la revolución, pero fueron asesinados en su nombre. Los dos casos son ejemplos de fracaso en un proceso de negociación y decisión en el seno mismo de la izquierda “ortodoxa”.

Condenar los asesinatos de Roque y Mélida es muy fácil, no tienen justificación. Condenar los valores y las actitudes que propiciaron sus muertes es otra cosa. Tales valores y actitudes continúan vivos en ciertos sectores de la izquierda salvadoreña y habría que preguntarse por qué. Vuelvo a una de las preguntas que hice al principio ¿Qué circunstancias sociales favorecen la formación, difusión y pervivencia de un marxismo autoritario?

Si la dialéctica histórica subsiste en el mismo campo socialista, lo suyo es que incorpore, dotándolos de un nuevo sentido y marco operativo, valores como la libertad de pensamiento y expresión. La gran tarea de un socialismo democrático es crear un marco institucional donde sus propias diferencias y divergencias tengan cabida y sirvan de estimulo para el desarrollo integral de las organizaciones populares, sin que este desarrollo limite a su vez la existencia de una opinión pública autónoma.

Hay que derribar esa pretensión de que toda la vida simbólica de una sociedad ha de pasar por el dominio de un sólo pensamiento y la tutela de un sólo partido, hay que poner en tela de juicio la idea de que únicamente dentro de dicho partido y sus reglas de juego será posible la libertad de expresión y opinión. Un partido revolucionario que se desempeña sin ninguna clase de contrapesos acaba por divorciarse de los ciudadanos a los que dice representar; es lo que nos muestra la experiencia histórica.

Los diseños teóricos e institucionales con los que la izquierda ortodoxa ha intentado resolver el problema de la libertad deben someterse a un profundo escrutinio y debate, aunque se preserven algunos lineamientos generales de la teoría política marxista. Ya no basta con volver a Marx ni a Lenin ni a Gramsci, cuando tenemos detrás una experiencia histórica incomoda y un presente difícil que exigen respuestas creativas tanto en la teoría como en la práctica. Las hondas limitaciones del capitalismo no justifican  que se ligue la voluntad del cambio a esquemas políticos que ya han demostrado de forma trágica sus grandes fisuras.

Las líneas generales del nuevo socialismo no van a encontrarse  retornando de forma ingenua a las fuentes del marxismo sino que haciendo un esfuerzo creativo para escapar de las dificultades teóricas y prácticas que han llevado a la izquierda a una serie de fracasos recurrentes a lo largo del siglo XX.  Derribar, lo repito, no es lo mismo que construir y construir, a partir de un concepto más complejo de la libertad, es uno de los grandes desafíos a los que deberá enfrentarse la izquierda salvadoreña en el siglo XXI.

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