Una misma mesa. A un lado, empresarios. Al otro, líderes comunales. Al centro, algunos organizadores. Al frente, un nutrido grupo de representantes de los medios de comunicación, jóvenes voluntarios de universidades, padres de familia, maestros, pequeños estudiantes, miembros de alguna institución de Gobierno.
Escrito por Gabriel Trillos.Domingo 01 de Noviembre. Tomado de La Prensa Grafica.
Una escena digna de un proyecto de interés nacional y que se ha repetido en diferentes ocasiones cuando se trata de construir opciones sostenidas y de largo plazo para los jóvenes de este país; un reto que en definitiva se erige con la coordinación de todos los sectores; opciones que hoy en día son fundamentales para encontrar caminos de esperanza en medio de la tremenda coyuntura de violencia vivida por el país.
Una mesa así la he visto en las planificaciones y anuncios de la fundación Fútbol Forever o de la Fundación Educando a un Salvadoreño (FESA), que son dos de varios proyectos entre otros de suma importancia y de aporte significativo. Ambas fundaciones han llevado a muchas familias a ver de otra manera el futuro de sus hijos, han dado sorpresas agradables al país con el reclutamiento de jóvenes en escuelas del extranjero o nos han traído a personalidades del fútbol internacional, como lo ha hecho la gente de Forever.
Sin embargo, como lo compartí ya hace un año en este mismo espacio, estos proyectos no se tratan de una escuela de fútbol para las vacaciones de los niños y adolescentes, ni de buscar estrellas, sino de dar opciones, de permitir espacios, de hacer mejores ciudadanos.
Recientemente expusimos en las páginas de LA PRENSA GRÁFICA cómo FESA durante estos cuatros años de existencia ha dado saltos de calidad y ha ido dando frutos con una fuerte dosis social. Para Forever, los próximos días serán de especial importancia, ya que están a las puertas de clausurar su segundo año de trabajo y presentarán a la nación los frutos de su formato y de su forma de trabajar en escuelas ubicadas en zonas de altos índices de pobreza y marginalidad, y algunos de los casos, en zonas de altos índices de violencia.
Uno de los directores internacionales de esta fundación, el psicólogo Fabián Bendersky, ya adelantó algunos de los resultados, que significan, sobre todo, cambios relevantes en la vida de las familias y de la comunidad misma en la que han estado participando con las clínicas impulsadas por la fundación. “Los chicos ahora expresan mucho mejor lo que piensan, lo que sienten, y participan más en las clases, están más activos, ha mejorado la relación con el grupo, con los padres… Cuando uno está con los chicos y habla con los docentes, vemos que ayudando con la educación de los chicos se mejora su capacidad reflexiva… Cuando se les brinda un entorno positivo con gente que está preocupada por ellos, como los voluntarios, todo eso ayuda al cambio”, fueron algunas de las frases de Bendersky para este periódico al intentar explicar parte de lo obtenido con el trabajo en las comunidades.
Para miles de jóvenes en nuestro país, estas clínicas son las únicas opciones que pueden encontrar para salir adelante, para alejarse de la violencia, para romper un entorno de vicios y de visiones aplastadas por la pobreza, de ver a su familia como tal y verse como un ciudadano de bien, y no como un pandillero más. Estos proyectos son con lo único que cuentan para tener tan siquiera una oportunidad de ver más allá de la esquina, del barrio. Pero son proyectos que no evolucionan si no cuentan con el respaldo económico debido, si no cuentan con el compromiso de sus organizadores o con la entrega de voluntarios solidarios y líderes de la comunidad. No evolucionan si no cuentan con el aval de un país que ansía vías de escape a la delincuencia actual. Deberían servir para tomar en serio las correcciones indispensables que dicho sistema necesita.
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