Escrito por Juan Héctor Vidal.Lunes 14 de Septiembre. Tomado de La Prensa Grafica.
La corrupción es tan antigua como el hombre sobre la tierra. Nunca ha respetado raza, religión, sexo, edad, ideología, alcurnia. Es inherente a la persona humana, no importa que, como producto de ella, haya más pobreza y sufrimiento en el mundo entero.
Incluso procesos políticos basados en la democracia se han alterado como consecuencia de ese flagelo; aquí cerca tenemos el caso de Nicaragua. El surgimiento de gobiernos de corte populista en América Latina, aunque ellos mismos disfrazan sus propias fechorías, se atribuye en buena medida a la corrupción generalizada, como parte de los males que supuestamente trajo consigo el llamado modelo neoliberal.
Desafortunadamente, mucho de esto ocurrió en el marco de los procesos de privatización y la desregulación. Los mismos organismos patrocinadores de la reforma reconocieron eventualmente ese problema y sus implicaciones en la esfera político-social. A partir de entonces, comenzaron a impulsar las llamadas reformas de segunda y tercera generación, donde los temas de transparencia y rendición de cuentas ocuparon sus propios espacios. Empero, el cáncer de la corrupción persiste.
Una de las lecciones que dejó entonces la oleada reformista fue la dificultad de cambiar las estructuras económicas y sociales, dejando intactos los moldes bajo los cuales habían funcionado las relaciones público-privadas. La institucionalidad del Estado no estaba preparada para lidiar con los desafíos que planteaba el ejercicio del poder, en el marco de una nueva economía que desafiaba la conducta ética de los agentes económicos.
En muchos casos, los responsables directos de los procesos de privatización y desincorporación se beneficiaron directamente del achicamiento del Estado o encontraron en sus contrapartes privadas, los socios ideales para el enriquecimiento fácil e impune. Con ello contribuyeron a socavar más una reforma que ya arrastraba como pecados originales la debilidad institucional y una falta de consideración al tema de la equidad. La voracidad desenfrenada de unos y otros, en circunstancias en que se agudizaban los cuadros de pobreza y las instituciones se hacían de la vista gorda, se convirtieron así en otra excusa para arremeter contra el neoliberalismo.
Que yo recuerde, aquí en El Salvador nunca se notó la presencia de una Corte de Cuentas verificando la transparencia de la reprivatización de la banca y la privatización de los sectores estratégicos, a pesar de los miles de millones de dólares involucrados. En descargo de ella, se puede decir –con el PCN– que esa omisión ha sido parte de su contribución a la gobernabilidad democrática. ¿Y la FGR, como responsable de velar por los intereses del Estado, dónde estaba?
Tengo la sensación de que hoy en día se están abriendo espacios insospechados para enfrentar con más decisión todas aquellas expresiones de malos manejos en la administración pública, que tanto daño le han causado a los sectores más vulnerables, a la imagen del país en el exterior y a la misma democracia. Cada dólar que se desvía para abultar el bolsillo de alguien, hace más difícil atender las necesidades de los más pobres, dejando al descubierto la forma en que uno de los fundamentos de la democracia –la oportunidad para todos– se desvanece.
Recordando el discurso de inauguración del presidente Funes, quisiera pensar que a la corrupción no se le dará tregua durante su gobierno. Sabiendo que ello inevitablemente alude a las relaciones público-privadas de que hablábamos antes, he sugerido en las instancias empresariales con las que estoy más vinculado, que salgan al encuentro de todas aquellas iniciativas encaminadas a erradicar ese cáncer y que se sumen al clamor de la sociedad civil que está pidiendo a gritos transparencia en todo el accionar de la administración pública.
No podemos seguir tolerando la impunidad en el manejo de los recursos públicos, so riesgo de pervertir más la débil institucionalidad en que se asienta nuestra incipiente democracia.
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