2009/09/13

Contrastes y reflexiones sobre el turismo en El Salvador

El lector asiduo del ContraPunto se fue de turista a Suramérica; contrastó la realidad en el Sur, con la nuestra. Aquí sus reflexiones en primera persona

Escrito por Mauricio Alarcón. Septiembre. Tomado de ContraPunto.

WASHINGTON - Una vez más después del año lectivo, el pasado 27 de junio emprendí mi acostumbrado viaje de vacaciones.  Como siempre, decidí viajar a países de origen de algunos de mis estudiantes de secundaria en una Escuela pública de Arlington, Virginia.  Fue así como visite Perú, Brasil, y por supuesto, mí querido El Salvador.  Después de haber pasado un promedio de cinco días en cada una de las ciudades brasileras y peruanas, me sentí muy entusiasmado con ideas para promover el turismo de mi tierra natal.  Durante mi último vuelo de Lima a San Salvador, se me ocurrió conseguir el número telefónico del actual ministro de Turismo, Napoleón Duarte hijo, a quien conocí trabajando en organizaciones comunitarias en Washington, y hablarle de lo aprendido en estos países respecto a su ramo.
Un poco antes de arribar al Aeropuerto Comalapa, recorrí mentalmente mi experiencia en todos los lugares que visité y concluí que al menos tres de las ciudades que me recibieron tienen grandes aportes al turismo salvadoreño.  La primera de ellas, fue Cusco en Perú. Además de la belleza e importancia histórica, arquitectónica y antropológica de su cultura Incaica, me impresionó la promoción y organización de visitas a las ruinas precolombinas de Machupicchu, Ollantaytambo y el Valle Sagrado. 
Es impresionante la coordinación entre los hoteles, taxistas, las pequeñas compañías de guías turísticas en Cusco.  Los taxis cobran una sola tarifa, tres soles, menos de un dólar, por transportar turistas en cualquier lugar de Cusco, una ciudad un poco más pequeña que San Salvador con mas de 350,000 habitantes.  Más que las estructuras construidas con piedras romboidales en Sacsayguaman, me dejó perplejo el cuido y promoción que han hecho y hacen los ciudadanos de Cusco de sus iconos turísticos, la mayoría a más de 3,300 metros de altitud.
Otra de los lugares de las que yo creí aprender algo para traer a mi pulgarcito fue Porto Seguro, una ciudad de un poco más de 120,000 habitantes, donde nació Brasil.  Si bien es cierto que este pequeño municipio en Brasil es rico en recursos naturales, la armonía entre la población y los empresarios en cuanto a promover el turismo son los que le dan mayor estabilidad económica y laboral. Tanto el asfalto de sus carreteras como su aeropuerto han sido parte de una lucha por desarrollarse durante los últimos cuarenta años.  En Porto Seguro, los hoteles y clubes de entretenimiento se preparan semanalmente para recibir a más de 10,000 turistas del interior de Brasil y del extranjero, que suman un millón anual, unidos a los veraneantes locales.  Tanto los conciertos como las funciones artísticas son programados para no saturar los eventos y distribuir las ganancias entre las empresas.  El orden y la seguridad en las áreas turísticas de Porto Seguro son dignos de admiración. 
Además de manejar su flujo vehicular con un solo semáforo en una ciudad del tamaño de Santa Ana, la ciudad de Porto Seguro realiza fiestas bailables con la concurrencia de más de tres mil jóvenes y adultos que consumen bebidas alcohólicas en cantidades mayores a las que se consumen en El Salvador, sin que se reporte ningún hecho de violencia.  Los seis u ocho policías que asisten los eventos se dedican a cuidar el transito vehicular cerca de los clubes.  Los portosegurenses no sólo obtienen divisas de los empleos que genera el turismo en su ciudad, sino que también muchos de ellos alquilan parte de sus casas a turistas, proveyendo albergue más cómodo para aquellos que viajan con presupuesto bajo.
El último de los lugares que se quedaron en mi mente para promover el turismo en El Salvador, fue la Rocinha, un barrio de favelas o tugurios en Río Janeiro.  Esta comunidad con su reputación de arrabal, parece un puñado de casitas que ha sido lanzado a propósito en las faldas de una montaña en una de las ciudades más bellas del mundo, Río Janeiro, para hacer justicia respecto a las demás. 
Aunque habitado mayoritariamente por familias que viven bajo extrema pobreza, los niveles de respeto y organización al interior de este tugurio, de más de 60,000 habitantes, son dignos de ser imitados por otras comunidades de países en desarrollo. A pesar de haberse establecido y expandido sin ninguna planificación, tanto maraña de conexiones eléctricas como el servicio de agua potable y alcantarillado han sido instalados por sus propios pobladores con la mínima interferencia o molestia a sus vecinos. 
En medio de una pobreza obvia desde dondequiera, los moradores de la Rocinha organizan la preparación técnica de sus adultos y la educación básica de sus niños y niñas. Creo que el misterio de la cohesión y libertad que viven en estas favelas, como se les llama en portugués, es que allí han residido siempre la mayoría de los constructores de Río Janeiro.
Poco me duró la inspiración y entusiasmo que traía de Suramérica para contribuir a los esfuerzos del nuevo gobierno que tantas esperanzas y expectativas  ha generado en El Salvador.  Además de aportar mis ideas al Ministerio de Turismo, pensé buscar una casita o un lote en una ciudad fresca del país para construir una vivienda donde retirarme.  Hice visitas a las ciudades de Ataco, Comayagua, Tamanique y Santa Tecla, durante mi primera semana en El Salvador.  
Los primeros días de mi segunda semana en mi natal me despertaron con la noticia que dos de mis primos estaban siendo extorsionados y no tenían la confianza suficiente de reportar dichos crímenes a las autoridades, sino que simplemente optaron por moverse de residencia.  Desde ese preciso instante he perdido todo entusiasmo en construir o adquirir vivienda en El Salvador y no he dejado de pensar en las razones que tienen los pobres extorsionados y sus victimarios para no creer en las autoridades y funcionarios del gobierno.
Leyendo las noticias y pensando en la experiencia del país después de su última guerra civil, sólo llego a la conclusión  que el estado salvadoreño esta siendo extorsionado desde hace más de veinte años.  El sistema judicial de la república de El Salvador ha sido secuestrado por los partidos políticos.  Los nuevos y exitosos empresarios han secuestrado los partidos políticos de izquierda y derecha desde hace mucho tiempo. 
Las esperanzas de los pobres en un mañana mejor han sido secuestradas hasta dejar que estos lleguen a la conclusión que no vale la pena luchar por los demás – que es mejor recaudar fondos y distribuirlos entre sus familiares, que dárselos a los tesoreros de los partidos y las organizaciones políticas para que los representen.  Es un pueblo a la deriva buscando su propio sustento, donde la extorsión ya no es solo de grupos organizados, sino parte de la cultura de supervivencia.
No se puede hacer turismo en un país cundido de violencia donde la ciudadanía vive chantajeada por individuos que han aprendido a sobrevivir a costas de los demás.  No se puede pensar en recobrarse de una crisis económica cuando se ha perdido la esperanza.  No se puede emprender ningún camino de recuperación, ni pensar en unidad nacional si hasta el último de los funcionarios tiene que ser determinado por los dirigentes de los partidos y no por su capacidad, profesionalismo y lealtad a la ley.  Por ahora es mejor empezar por sugerirle al presidente Mauricio Funes que retome la transfiguración del la sociedad salvadoreña, empezando por el sistema judicial.

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